sábado, 25 de septiembre de 2010

Comidos por el odio

Artículo tomado de Espada de doble filo
Bruno Moreno Ramos
Leo en InfoCatólica una noticia sobre la moción que aprobó ayer el Senado para modificar la finalidad oficial del Valle de los Caídos, con el voto afirmativo de todos los partidos menos uno. Ojalá me equivoque, pero, al leer la noticia, sólo puedo sacar una conclusión: están comidos por el odio. De lo que rebosa el corazón habla la boca. Por eso, en primer momento se siente una gran indignación, pero luego lo que predomina es la pena ante personas dominadas por un odio de décadas y décadas, transmitido de padres a hijos.
Y el odio es tan fuerte que la razón queda excluida y no les importa desvariar. ¿En qué cabeza cabe que una abadía, una basílica y una cruz sirvan a partir de ahora para “honrar y rehabilitar la memoria de todas las personas fallecidas a consecuencia de la Guerra Civil y de la represión política que la siguió”? ¿Una abadía es un lugar apropiado para rehabilitar la memoria de aquellos que intentaron imponer la barbarie comunista y atea que terminó por engullir media Europa con resultados desastrosos y que tenía como principal enemigo a la Iglesia? ¿Deberán dedicarse los monjes a honrar la memoria de los que asesinaron a cinco mil sacerdotes y religiosos e innumerables laicos por el sólo hecho de ser católicos?
No olvidemos que el Valle de los Caídos ya recuerda a las decenas de miles de muertos católicos que están allí enterrados y que, equivocados o no, murieron por Dios y por España en cualquiera de los dos bandos de la guerra civil. Y, sobre todo, no olvidemos que no se trata de un museo, sino de un templo católico, dedicado a la oración. Se ora allí especialmente por los que murieron en la guerra, cualquiera que fuese su ideología e incluso cualesquiera que fuesen sus pecados, incluyendo a los perseguidores de la Iglesia. Ésa es la verdadera reconciliación. Por eso, resulta evidente que lo que se busca con esta moción no es en absoluto la reconciliación, sino la exaltación de aquellos que persiguieron a los cristianos, la revancha y el odio.
Me han resultado especialmente repugnantes las burlas de algunos parlamentarios contra Franco. Uno puede estar en desacuerdo con alguien que ha muerto y criticarle en todo lo que le parezca oportuno. Es incluso comprensible, aunque desaconsejable, guardar resentimiento hacia alguien que ya murió. Pero burlarse de los muertos, sean quienes sean, es indigno. En español, alguien que se ríe de los muertos sólo puede ser calificado como “cobarde” y “canalla”. No es, por desgracia, una novedad que tengamos políticos cobardes y canallas. Siempre los ha habido en la Historia. Pero creo que es algo nuevo que no les importe mostrar a las claras y públicamente su condición de canallas y cobardes, sin el menor pudor. Así nos va.
En realidad, lo que más les molesta no es Franco, ni la guerra, ni nada por el estilo. Lo que les molesta es que sea una gran cruz. Odian la Cruz, ya sea un monumento grandioso o un pequeño crucifijo en escuelas u hospitales, y buscan erradicarla en nuestro país. No es extraño que un parlamentario haya bromeado con volar la Cruz del Valle de los Caídos, porque, si bien aún no se atreven, todo llegará. Van paso a paso, como los niños que quieren ver hasta donde pueden llegar. Y odian la Misa. Odian que se celebre allí todos los días. Odian que se pida por Franco y por los muertos del bando nacional. Y aún odian más, diría yo, que se pida también por los republicanos, porque el odio aborrece el perdón.
En cierto modo, este tipo de cosas, aunque tristes, son lo que deberíamos esperar. La Cruz siempre ha sido signo de contradicción para el mundo. Y lo será en mayor medida cuanto más real sea nuestro cristianismo. Un cristiano que reza, que proclama públicamente su fe y que perdona a los que le hacen mal es, inevitablemente, signo de contradicción. Que Dios nos libre a todos del odio y que la Cruz nos recuerde siempre que el cristiano, con la gracia divina, está llamado a amar a sus enemigos.

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