In memoriam: José Antonio




¡NOS HA LEGADO A SÍ MISMO!

Pese al tiempo transcurrido, la voz de José Antonio sigue resonando en los ecos de la Política (con mayúscula). Y hoy, más que ayer si cabe, la figura de ese joven iluminado —no iluminista, ni alumbrado en el sentido usual de desviacionismo religioso— se yergue como un titán del siglo XX. Lástima que los jóvenes todos no relean sus textos. Lástima que no hayan aprendido muchos del sacrificio de su vida y de aquellas hermosas frases suyas del testamento…

¿No tienen vigencia expresiones como ésta?: “Las naciones no son contratos, rescindibles por la voluntad de quienes los otorgan: son fundaciones, con sustantividad propia, no dependientes de la voluntad de muchos ni pocos”.

Esas afirmaciones de hondura intelectual y veracidad política e histórica tienen hoy vigencia. Quizá más que nunca. José Antonio intuyó esos valores y trató de encauzarlos en una doctrina que sirvió, tras el Alzamiento del 18 de Julio de 1936, para nutrir el Nuevo Estado de Franco, el Movimiento Nacional, hoy tan denostado como imprendido por unos y otros. Se ha dicho que Franco nutrió su régimen con la doctrina de Vázquez de Mella y otros pensadores del tradicionalismo español (Víctor Pradera, Ramiro de Maeztu, Donoso Cortés, etcétera) y hay una parte de razón, porque muchos de ellos se vinculaban e identificaban con el idealismo de José Antonio; pero, socialmente, la médula moderna está en el Fundador, y de ahí se alimentó toda la ideología del Movimiento antes del inevitable desgaste, acoso y torpedeamiento de los años 60.

Más todavía. El ideario joseantoniano, porque el hombre o el profeta se impuso incluso al partido fundado con otros dos grandes hombres españoles, como fueron Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma Ramos, permanece, revive en nuestros días. No ya por ser intemporal o permanente, sino porque las circunstancias han vuelto a actualizarlo, al darse los mismos condicionamientos político-sociales con este neoliberalismo y socialdemocracia dominantes.

Y no sólo en España. La figura de José Antonio, aunque se la quiera borrar más con el silencio que con la desfiguración o la invectiva, se proyecta en todo el mundo. Si hubiera medios de comunicación que se opusieran a esas internacionales liberales e izquierdistas que los dominan, la luz del Fundador irradiaría esperanza a un mundo donde han vuelto las ideas caducas y los viejos resabios y emplastos políticos, como un reactivo contra ellos.

Arnaud Imatz, en un documentadísimo y exhaustivo estudio (“José Antonio et la Phalange Espagnole”, Albatros, París, 1981) concluye su obra con estas palabras: “Además, para todos aquellos que rehúyen ver o admitir la grandeza de su alma, y piden todavía y siempre «pero ¿qué ha legado verdaderamente José Antonio?», nosotros no dejaremos de repetir las palabras de Unamuno: «El nos ha legado a sí mismo, ¡y un hombre, un hombre vivo y eterno, vale por todas las teorías y filosofías!»”

(Editorial de “Fuerza Nueva” nº 925, año XX, del 8 al 22 de noviembre de 1986)


Señor, acoge con piedad en tu seno a los que mueren por España y consérvanos el santo orgullo de que solamente en nuestras filas se muera por España y de que solamente a nosotros honre el enemigo con sus mayores armas. Víctimas del odio, los nuestros no cayeron por odio, sino por amor, y el último secreto de sus corazones era la alegría con que fueron a dar sus vidas por la Patria. Ni ellos ni nosotros hemos conseguido jamás entristecernos de rencor ni odiar al enemigo y tú sabes, Señor, que todos estos caídos mueren por libertar con su sacrificio generoso a los mismos que les asesinaron, para cimentar con su sangre joven las primeras piedras en la reedificación de una Patria libre, fuerte y entera. Ante los cadáveres de nuestros hermanos, a quienes la muerte ha cerrado los ojos antes de ver la luz de la victoria, aparta, Señor, de nuestros oídos las voces sempiternas de los fariseos, a quienes el misterio de toda redención ciega y entenebrece, y hoy vienen a pedir, con vergonzosa urgencia, delitos contra delitos y asesinatos por la espalda a los que nos pusimos a combatir de frente. Tú no nos elegiste, Señor, para que fuéramos delincuentes contra los delincuentes, sino soldados ejemplares, custodios de valores augustos, números ordenados de una guardia presta a servir con amor y valentía la suprema defensa de una Patria. Esta ley moral es nuestra fuerza. Con ella venceremos dos veces al enemigo, porque acabaremos por destruir no sólo su potencia, sino su odio. A la victoria que no sea clara, caballeresca y generosa, preferimos la derrota, porque es necesario que mientras cada golpe del enemigo sea horrendo y cobarde, cada acción nuestra sea la afirmación de un valor y de una moral superiores. Aparta así, Señor, de nosotros, todo lo que otros quisieran que hiciésemos y lo que se ha solido hacer en nombre de un vencedor impotente de clase, de partido o de secta, y danos heroísmo para cumplir lo que se ha hecho siempre en nombre de un Estado futuro, en nombre de una cristiandad civilizada y civilizadora. Tú solo sabes, con palabra de profecía, para qué deben estar “aguzadas las flechas y tendidos los arcos”. Danos ante los hermanos muertos por la Patria perseverancia en este amor, perseverancia en este valor, perseverancia en este menosprecio hacia las voces farisaicas y oscuras, peores que voces de mujeres necias. Haz que la sangre de los nuestros, Señor, sea el brote primero de la redención de España, en la unidad nacional de sus tierras, en la unidad social de sus clases, en la unidad espiritual en el hombre y entre los hombres y haz también que la victoria final sea en nosotros una entera estrofa española del canto universal de tu gloria.