domingo, 26 de febrero de 2012

SIGNIFICADO DE LAS FLECHAS Y EL YUGO




— No sé lo que hay detrás de esa camisa ni entiendo lo que significan las flechas y el yugo. Pero debe ser algo muy grande, cuando se le convierte en sonrisa la mueca de dolor a un pobre muerto.

— Muy grande, sí —contestó Víctor, aprovechando la ocasión para abrir uno de los frecuentes arrebatos de su temperamento apasionado—. Significa nada menos que el obrero educado en el odio, ha muerto en el amor. Que ha entendido toda la angustia, que no es angustia sólo de problema económico, sino también —y quizá más— de problema sentimental. Que ha sabido leer en el cielo y el idioma todo el destino único y maravilloso de la Patria, que no es sólo la redención económica del pobre, sino la aspiración de Imperio de todos. Significa que él y yo, distantes en la vida por mundos de prejuicios y siglos de lucha, nos hemos encontrado corazón a corazón, en una encrucijada, para vivir esta camaradería nueva en la Vida y en la Muerte. Él, obrero; yo, señorito estudiante; él, instrumento manual de la Historia y el progreso; yo, camino intelectual de ese mismo progreso y esa misma Historia, hemos borrado por nuestra voluntad todo un falso mundo de lucha de clases o espíritu de castas que nos separaba. Eso significa que Ud. acaba de perder un hijo, y de ganar otro, que llevará a su casa alientos de otro mundo para fundirlos con los del suyo. Yo he bebido con Enrique las preocupaciones de los obreros, y él ha sentido a mi lado la inquietud de los intelectuales.

Él me proyectaba hacia un universo de máquinas y angustias sociales —que yo por nacimiento desconocía—, y yo le llevaba como de la mano a otro universo de sueños y quimeras que, a su vez, ignoraba. Si yo he ido con él al taller, al horno, a la fragua, a la caldera, a todo ese infierno rojo donde vive el obrero y he sudado el mismo sudor que ellos sudan, él ha venido conmigo al Museo, a la Música, a la Historia y al Verso, a todo ese paraíso donde vive el intelectual y ha gozado el mismo goce que ellos gozan. Esa camisa azul nos ha igualado en goce y en dolor, y nos ha hecho ver a los dos la vida con los dos ojos abiertos y ansiosos, no a medias como antes, mientras él ignoraba nuestro goce angustiado y yo su angustia gozosa. Esta camisa nos igualaba en el servicio a España y en el sacrificio. Él, más afortunado, por llevarla, ha muerto en estado de gracia: sin odios ni rencores. Esa camisa es y será en España como un viento ligero que borre las tormentas. Ni clases ni odios, ni parias ni privilegios. Representa esa cosa tan sencilla y tan difícil a la vez: una Humanidad con camisa limpia que ponerse, frente a esta sociedad absurda donde algunos pocos tienen camisas de seda y de sport y de etiqueta, mientras los más no tienen camisa que ponerse. Una sociedad en que los de la camisa bien planchada se apartan del que va en camiseta sucia para no mancharse, en vez de darle —no una de sus camisas, que sería limosna y no se trata de eso— ocasión de llevar una camisa. Contra esa sociedad van ustedes y vamos nosotros. Por distintos caminos, pero ustedes creen que esa sociedad es España y las confunden en su odio ciego, y nosotros sabemos que esa sociedad es una costra sobre la carne limpia de España —ríos que saltan, trigo que crece, agua que alumbra, madres que engendran, minas y bosques, viejas ciudades, catedrales, talleres, fábricas, Universidades y una Historia rota que reanudar—, costra que hay que arrancar para que pueda circular la sangre. Si ustedes los marxistas creen que es necesaria la violencia para arrancarla, a nosotros no nos asusta la violencia, que nos parece sagrada. Cueste lo que cueste cumpliremos nuestros juramentos, hechos bajo el viento de España y sobre cuerpos de España, de dar a cada español para cada día de su vida y de la vida de sus descendientes, Pan, Paria y Justicia, que es lo único que vale la pena de dar y de ofrecer al que padece hambre de pan y sed de justicia, y no le han enseñado a ver en la Patria más que a todo cuanto le niega el pan y le dificulta la justicia, cubriéndolo con una bandera que no puede respetar y tapando sus gritos de protesta con chinchines grotescos, invocaciones destempladas y nostalgias incoherentes para esos hambrientos y sedientos. Queremos el Imperio, pero construido con hombres libres, de voluntad imperial, no con esclavos famélicos y torturados. Concebimos el Imperio como la más gigantesca democracia: la voluntad de todos los españoles alzando el brazo para afirmar que quieren a España una, grande y libre. Sin candidaturas ni colegios electorales. Sin partidos ni coaliciones. España, una y sola, arma al brazo y velando a la luz de las estrellas. Para ello sólo tendremos dos instrumentos: Trabajo, miles de horas de trabajo cada uno, y Disciplina, que no es tiranía sino conciencia del deber y de la jerarquía. Y un solo pensamiento: España. Y una sola misión: España. Y una sola preocupación: España. Y una sola alegría: España. Y una sola ambición: España. Una España de todos y para todos, hecha por el esfuerzo —diferente de calidad y exacto de intensidad de todos—, tanto del rico como del pobre, que a todos impondremos al arco de luz de la verdad nacionalsindicalista. ¿Comprende lo que significa la camisa azul que lleva Enrique a la tumba?

— Empiezo a comprender, repuso el padre limpiándose dos lágrimas a lo popular, con el dorso de la mano.

Juan daba cabezadas en el rincón. Andrés, Manolo, Antonio y Pepe, no se movían en su centinela. Enrique parecía que sonreía más abiertamente, y por la ventana entreabierta al cielo de verano, un resplandor como de brasa de rosas anunciaba que en España empezaba a amanecer.


Felipe Ximénez de Sandoval

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