PALABRA DE BLAS PIÑAR
Yo no soy ni historiador, ni periodista ni profeta, pero sí soy un español que tiene conciencia de serlo, que no se ha refugiado de un modo egoísta en su propia celda, y que tampoco, desilusionado por la aparente esterilidad del combate ideológico, abandona la trinchera y se retira, amargado y entristecido, para adormecerse en su hogar.
Por ello, aunque no soy ni historiador, ni periodista, ni profeta, voy a deciros de qué modo el pasado me alecciona, el presente me conturba y el futuro me inquieta. Naturalmente que me refiero al pasado próximo de España, al presente que nos circunda y en el que estamos inmersos, y al futuro lleno de interrogantes, de oscuridad y de graves e inminentes peligros.
El pasado próximo me alecciona al enseñarme que ha sido necesario el sacrificio de una generación heroica y martirial para que nuestra España, sumida en el caos, no desapareciera como sujeto histórico colectivo.
En ese pasado próximo hay dos arquetipos excepcionales que no olvidaremos nunca. Me refiero a José Antonio Primo de Rivera y a Francisco Franco Bahamonde, el Caudillo de la última Cruzada.
Si el primero nos ha dejado una doctrina y el ejemplo de su muerte, el segundo ha reconciliado a los españoles, reconstruyó España, e hizo posible que —a impulso de su continuidad histórica— fortaleciera su unidad, recobrase su grandeza y fuese, repudiando toda clase de servilismo, verdaderamente libre.
Ya sé que hoy, con la palabra o con la pluma, servidores y mandatarios bien conocidos y súbditos del reino de la mentira, pretenden, de un modo especial, ofender, mancillándola, la figura de Francisco Franco.
Por eso, a la vera del Palacio desde el que tantas veces nos habló y tuvimos la dicha de oírle, yo, argumentando en contra de quienes calumniándole le insultan, proclamo con la máxima energía que Francisco Franco, católico practicante fue, en frase de Pío XII, de todos los jefes de Estado el más querido de la Iglesia; que, como militar, fue el centinela de Occidente y la espada más limpia de Europa; y que, como gobernante, hizo de España, modernizándola, en el mejor sentido, la novena potencia industrial del mundo, haciendo también real y palpable que entre nosotros no hubiera ni una familia sin hogar, ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan.
Si ésta es la lección del pasado próximo, veamos ahora, sin obcecación y como testigos del momento, las secuencias sobre el presente de la película que visionamos. Estas son las imágenes: descristianización de nuestro pueblo, que llevado de un ímpetu suicida ha ingresado en “la cultura de la muerte”, con los cuatro millones cien mil abortos de que nos habla el libro “España social”; la ruptura por el divorcio de uno de cada cuatro matrimonios, la creciente equiparación al matrimonio legítimo de las convivencias maritales de hecho y de las parejas de homosexuales, incluso en los cuarteles de la Guardia Civil; la siembra de inmoralidad a través de los medios informativos; los crímenes pasionales y la inseguridad ciudadana —solo semejante a la de Chicago cuando la Ley Seca—, y la impunidad de las blasfemias con que se atreve a anunciarse, por ejemplo, una exposición en Barcelona.
Si esto es así —y nadie podrá negarlo— añadimos ahora que la unidad de España corre peligro inminente. El desafío independentista del gobierno Ibarretxe, la propuesta de un Estado catalán soberano, y la debilidad tanto del Gobierno como de la oposición, nos obligan a presumir y temer que la amputación de España, que ya era potencial en un Estado de autonomías políticas, pueda estar próxima, y que esta amputación, que puede comenzar por la de las provincias vascongadas, sea un estímulo para el troceamiento y desgarramiento de la nación española.
Nosotros —lo hemos repetido infinidad de veces—, no queremos regresar al pasado, pero no renegamos del pasado; y no renegamos por dos razones. La primera, porque la memoria histórica, es decir, la experiencia del pasado nos sirve de guía para no cometer errores y para corregirlos, pero también para detectar los aciertos y completar y perfeccionar la obra; y la segunda, porque, en la intimidad más entrañable de una estructura política pueden descubrirse unos Principios que la rebasan, que no se circunscriben a una época, sino que, aun cuando ésta cambie y se manifieste con perfiles distintos, permanecen y han de ser proclamados y definidos como fecundos manantiales de una sociedad próspera y de un Estado eficaz.
Como cristianos, en este domingo, fiesta de Cristo, Rey del Universo, vamos a gritar ¡Viva Cristo Rey! y, como españoles, que amamos a España y para España queremos lo mejor, ¡Arriba España!
(Fragmento del discurso que Blas Piñar pronunciara el 20 de noviembre de 2003)