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lunes, 4 de abril de 2011

Oración de la Victoria


Franco ofrendó su espada invicta a Dios

Un día después del desfile de los ejércitos triunfantes, el Caudillo fue a depositar su espada victoriosa ante el Dios de los Ejércitos.
La ceremonia, en la mayestática iglesia de Santa Bárbara de Madrid tuvo una clara unción de Hispanidad. No de otra manera ha sabido festejar España, cuando en España el tono histórico se ha elevado hasta las alturas de la sublimidad, sus gestas y sus bienandanzas.
En el paseo de la Castellana, el día anterior, se había dado al César lo que era del César: el homenaje de pleitesía por la Victoria que ganó su espada.
Pero fue en la ceremonia religiosa cuando el César ofrendó a Dios lo que a Dios era debido: el tributo de encendida gratitud que encontró en Dios el sobrenatural Artífice de su redención.

Así, precedido el Caudillo por los jinetes de la Guardia mora, una multitud prorrumpió en vítores y aclamaciones, que no cesaron hasta que el Caudillo, con uniforme de Infantería y tocado con boina roja, saludó a quienes le esperaban y con sonrisa y brazo en alto correspondía al entusiasmo del pueblo de Madrid.
A la puerta del templo el Caudillo besó el anillo del obispo de Madrid y éste le ofreció, con arreglo al ritual, el hisopo de plata, haciendo la señal de la Cruz el Caudillo al tomar el agua bendita.

El libertador de España, ocupó el sitio que se letenía preparado y los cantores entonaron el «Te Deum» en acción de gracias por la victoria obtenida y por la protección divina a las armas españolas.
Al resonar en las amplias naves del templo las magníficas estrofas del himno religioso, los invitados, llenos de fe en Dios y en el Caudillo, difícilmente pudieron contener su emoción.

Ofrenda de la espada invicta.
Franco avanzó sereno y humilde Señor, como vasallo del Rey de Reyes, y llegó al sitio que en el centro del altar ocupaba el Primado. El Caudillo, que antes había orado ante Dios unos momentos, como cristiano modelo, se acercaba al Cardenal Goma, espada en mano.
El momento, por su suprema emoción, no podía describirse... Silencio sepulcral... Con lágrimas en los ojos de todos los presentes, Franco venía a ofrendar a Dios su magna Victoria, que fue victoria de la Cristiandad.
Franco llegó ante el Cardenal primado y pronunció palabras que eran oración y poema:

 
«Señor, acepta complacido el esfuerzo de este pueblo, siempre tuyo, que, conmigo, por tu nombre, ha vencido con heroísmo al enemigo de la Verdad en este siglo.
Señor, Dios, en cuyas manos está todo derecho ytodo poder, préstame tu asistencia para conducir este pueblo a la plena libertad del Imperio, para gloria tuya y de tu Iglesia.
Señor: que todos los hombres conozcan que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo.»
Franco pronunció esaoración, superando lapropia emotividad del momento.
En este instante, Franco depositó su espada ante la máxima jerarquía de la Iglesia en España.

Contestación del Primado.
El Cardenal Gomá recibida la ofrenda simbólica, augustamente elevó sus preces al Altísimo y otorgó su bendición a Franco, salvador de España, diciendo:
«El señor sea siempre contigo. Que El, de quien procede todo derecho y todo poder, y bajo cuyo imperio están todas las cosas, te bendiga y con amorosa providencia siga protegiéndote, así como al pueblo cuyo régimen te ha sido confiado. Prenda de ello sea la Bendición que te doy en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»

Canto de las antífonas.
Después se cantaron las antífonas de Recepción del Caudillo:
«Se nos anunció vuestro gozo y vuestro honor; nos alegramos de vuestra llegada.
Porque hemos recibido un varón bueno y amable para que haya alegría en este lugar.
R. — Y gozamos con gran gozo dando a Dios acciones de gracias por Vos.
Porque hemos recibido un barón bueno y amable en este lugar.

Antífona. — Bendito el Señor que dirigió vuestros pasos hasta nosotros. Para Vos paz y alegría hasta la Eternidad y en los siglos de los siglos.
R. — Sois una raza elegida, un sacerdocio real, gente santa, pueblo de elección.
Para Vos, paz y alegría hasta la Eternidad y en los siglos de los siglos.

Antífona. — Bendito eres en la ciudad, bendito en el campo y benditas todas tus huellas. Bendito al entrar y al salir.
R. — Bendígate el Señor desde Sión. Bendito al entrar y al salir.

Antífona. — Te hemos deseado ver vuestra llegada con la mayor alegría. La vimos y nos alegramos. Aleluya.
R. — Y nos alegramos con gran alegría- Y la vimos y nos alegramos, Aleluya.

Antífona. — Aleluya. Salieron al encuentro los ancianos de la ciudad, diciendo: Paz a vuestra llegada. Aleluya; venimos a anunciar la paz al Señor. Aleluya. Santificaos y alegraos con nosotros. Aleluya. Aleluya.

Antífona. — Todos los Santos de la Iglesia de Cristo os saludan con ósculo santo. Aleluya. Aleluya.

Antífona. —Hemos esperado ver vuestro rostro- Aleluya, con gran deseo, porque Vos sois nuestro gozo ante el Señor Aleluya, Aleluya.

Antífona. — He aquí que la puerta de la Verdad se os ha abierto. Entrad en el Tabernáculo de Dios. Aleluya, Aleluya; entrad por las puertas del Señor con alabanza. Aleluya. Aleluya.

Las oraciones de la Vuelta del Caudillo.
A continuación se entonaron las oraciones de la Vuelta del Caudillo después de la guerra, siguientes:

«Rey Dios, por quien se rige el Reino de los Reyes, bajo cuyo gobierno todo se hace sublime, y en cuya ausencia frágil, asiste como prudente moderador al Caudillo Francisco Franco tu siervo. Dale, señor firme rectitud en la fe y una guarda incansable de Tu ley. Sobresalga por su honestidad de costumbres, de manera que sea agradable a Tu Majestad. Y de tal modo conduzca ahora a sus pueblos que sea coronado con los elegidos después del transito. Porque, según mandato, decimos: Padre Nuestro...

Bendición:
El Dios omnipotente que trajo a nosotros tus pasos en paz, lleve nuestras almas a la Heredad Eterna. Así sea.
Y El que nos hizo, clemente, volver aquí, nos haga siempre llegar a El felizmente. Así sea.
Para que a El, ante quien derramáis aquí lágrimas por vuestro regreso, le deis gracias perennes por el eterno don que nos ha dado. Así sea.

Oración: ¡Oh Dios! a quien todo se somete, a quien todas las cosas sirven, haz que los tiempos de tu fiel siervo el Caudillo Francisco Franco, sean tiempos de paz, y aleja con Tu clemencia las guerras bárbaras. Para que aquel a quien pusiste al frente de tu pueblo, bajo Tu guía tenga paz con todas las naciones.

Oración. Te rogamos, ¡oh, Señor! que seas propicio a nuestras preces. Tú que eres Rey de Reyes y Señor de Señores, para que mires benignamente desde el Trono de Tu Majestad a nuestro Caudillo Francisco Franco. Y al que diste un pueblo sujeto a gobierno, le des también hacer en todo Tu voluntad.

Bendición. Escucha, Cristo Señor, los ruegos de tu fiel siervo, nuestro Caudillo Francisco Franco, con rostro sereno, y que guarde en paz su pueblo. Así sea.
Fortifique su trono la justicia y multiplique en paz su pueblo. Así sea.
Sirva para salvación a la tierra y para defensa desu patria. Así sea.

Ceremonia vespertina en El Escorial.
Por la tarde, cuando el Caudillo se prosternó ante la tumba del Emperador Carlos I de España y V de Alemania en el ambiente secular del regio Escorial, henchido de grandezas, también se hizo con dicha ceremonia tanto un acto de pura y auténtica Hispanidad, cuanto de sugestiones para la meditación.
Ascetismo y milicia amasaron la más grande maravilla en que puede quedar transfigurada la frágil arcilla de un pueblo, cuando ascetismo y milicia lo saben regir con su entera virtud.






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