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domingo, 24 de abril de 2011

Teniente Roberto Estévez – Muerto en Combate – Héroe de Malvinas 1982


Durante la guerra de Malvinas, el teniente Roberto Estévez estaba posicionado con sus hombres en Pradera del Ganso, cuando recibió la orden de atacar la Colinas de Boca House.
“Teniente Estévez, como último esfuerzo posible, para evitar la caída de la Posición Darwin-Goose Green, su Sección contraatacará en dirección NO, para aliviar la presión del enemigo sobre la Compañía “A”, del Regimiento 12 de Infantería. Tratará de recomponer, a toda costa la primera línea. Sé que la misión que le imparto sobrepasa sus posibilidades, pero no me queda otro camino”.
Luego, lo despidió con un fuerte abrazo. La difícil y crítica situación no le permitió agregarle ningún otro tipo de detalle a la orden; además, tratándose de Estévez, eran innecesarios.
Considerando Estévez que aquella era una misión sin retorno, agradeció a su superior la oportunidad que le daba de llevar acabo esta misión. Arengó su tropa …
“Soldados, en nuestras capacidades están las posibilidades para ejecutar este esfuerzo final, y tratar de recomponer esta difícil situación. Estoy seguro de que el desempeño de todos será acorde a la calidad humana de cada uno de ustedes y a la preparación militar de que disponen” … así fue la rápida arenga de Estévez.
Finalmente, todos los integrantes de la fracción, escucharon la mejor y más hermosa orden que puede dar un Jefe: “Seguirme!“, y al frente de ella se dirigió al objetivo bajo un intenso fuego de artillería, llegando al mismo en la madrugada siguiente. Pronto estarían inmersos en el combate.
“Para la Sección, sobre las fracciones enemigas que se encuentran detrás del montículo, ¡fuego!  Artilleros, sobre el lugar, deriva 20 grados, alza 400 metros, ¡fuego! Esté atento Cabo Castro, en dirección a su flanco derecho, puede surgir alguna nueva amenaza…” -diversas órdenes se entrecruzaban en medio del fragor y la ferocidad de la lucha; finalmente, se logra bloquear el avance, y aliviar en parte la presión ejercida por los ingleses.
- Cabo Castro, me hirieron en la pierna, pero no se preocupe, continuaré reglando el tiro de la artillería -gritó, sin titubear, el Teniente Estévez.
- Enfermero, ¡rápido, atienda al Teniente! -ordenó Castro, con un grito.
- Me pegaron de nuevo, esta vez en el hombro. Cabo Castro no abandone el equipo de comunicaciones y continúe dirigiendo el fuego de artillería…- fue su última orden; un certero impacto en la cara, quizás de un tirador especial, lo desplomó sin vida.
- “Soldados, el Teniente está muerto, me hago cargo” – gritó Castro y continuó con la misión ordenada, hasta que fue alcanzado por una ráfaga de proyectiles trazantes, que llegaron a quemar su cuerpo.”
- “Camaradas, me hago cargo del mando de la Sección, nadie se mueve de su puesto, economicen la munición, apunten bien a los blancos que aparezcan”. – el Soldado Fabricio Carrascul, llevado por el ejemplo heroico de sus Jefes que yacen inermes en el glorioso campo de la guerra, impartió con firmeza su primera orden.
- Los ingleses se repliegan, bien, los hemos detenido y los obligamos a retirarse. ¡Viva la Patria! – gritó con alegría, Carrascul, al ver la maniobra inglesa. En ese momento, un preciso disparo, quizás del mismo tirador especial que eliminó a sus Jefes, le quitó la vida.
Sin Jefes, agotadas las municiones y transportando sus muertos y heridos, la veterana y gloriosa Primera Sección de Tiradores Especiales se retiró hacia sus posiciones iniciales, habiendo cumplido con la Misión.
El teniente Estévez dejó a sus padres esta conmovedora carta:
Querido papá:
Cuando recibas esta carta yo ya estaré rindiendo mis acciones a Dios Nuestro Señor. Él, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en cumplimiento de la misión. Pero fijate vos ¡que misión! ¿ Te acordás cuando era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas, todo destinado a recuperar la islas Malvinas y restaurar en ellas Nuestra Soberanía? Dios, que es un Padre Generoso, ha querido que éste, tu hijo, totalmente carente de méritos, viva esta experiencia única y deje su vida en ofrenda a Nuestra Patria.
Lo único que a todos quiero pedirles es:
1) Que restaures una sincera unidad en la familia bajo la Cruz de Cristo.
2) Que me recuerden con alegría y no que mi evocación sea apertura a la tristeza, y muy importante,
3) Que recen por mi.
Papá, hay cosas que, en un día cualquiera no se dicen entre hombres pero que hoy debo decírtelas. Gracias por tenerte como modelo de bien nacido, gracias por creer en el honor, gracias por tu apellido, gracias por ser católico, argentino e hijo de sangre española, gracias por ser soldado, gracias a Dios por ser como soy y que es el fruto de ese hogar en que vos sos el pilar.
Hasta el reencuentro, si Dios lo permite.
Un fuerte abrazo. Dios y Patria ¡ O muerte !
Roberto.

miércoles, 20 de abril de 2011

sábado, 16 de abril de 2011

domingo, 10 de abril de 2011

Don Pelayo, el vencedor de Covadonga

www.arbil.org


Su origen

Era don Pelayo (718 - 737) un noble de sangre real, hijo del duque Favila y nieto del rey Recesvinto, como se lee en algunas crónicas.

Por intrigas que tuvieron lugar en la corte del rey Vitiza, éste redujo a prisión o dio muerte a Favila, padre de don Pelayo, el cual, temiendo ser víctima de la ira del rey, como su padre, huyó a Cantabria, donde tenía deudos y amigos muy significados.

Peregrinación a Jerusalén

El vengativo Vitiza trató de buscar y prender a Pelayo; pero éste, no creyéndose seguro en España, determinó marchar peregrino a Jerusalén, a donde fue acompañado de un caballero llamado Zeballos. Según afirma el P. Mariana en su Historia de España, aún existían en el siglo XV, en el pueblo de Arratia (Vlzcaya) los bordones de don Pelayo y sus compañeros, que habían usado en su peregrinac1ón a Tierra Santa.

En la corte de D. Rodrigo

Vuelto a España, y muerto Vitiza, en los disturbios que se siguieron para nombrar sucesor a la corona, Pelayo abrazó la causa de don Rodrigo, y aparece en la corte de éste con el cargo de conde de espatarios o de la guardia del rey.

Cuando la invasión árabe estuvo en la batalla del Guadalete y allí se distinguió por su valor y proezas.

Después de esta desgraciada batalla, los magnates godos huyendo de la servidumbre de los árabes, buscaron asilo, unos en la Septimania gótica (Francia), pero los más en el norte de España y principalmente en Asturias. Don Pelayo parece que se refugió en Toledo.

Traslado de las Santas Reliquias a Asturias

El arzobispo de Toledo, Urbano, al ver que los moros se iban aproximando a la ciudad, quiso evitar que las sagradas Reliquias, que allí se guardaban, cayesen en poder de los mahometanos. Dichas Reliquias, de gran estima y valor, habían sido recogidas y traídas por los cristianos desde Jerusalén, cuando Cosroes, rey de Persia, se apoderó de aquella ciudad, y después de recorrer con ellas el Norte de Africa, fueron traídas a España, y se hallaban en aquella fecha en Toledo. A dichas Reliquias unió el arzobispo la vestidura entregada por la Santísima Virgen a San Ildefonso, y las obras de San Isidoro, San Ildefonso v Juliano. Entre los nobles y ricos ciudadanos de Toledo, que acompañaron al arzobispo en su huida hacia el norte de la península, se hallaba don Pelayo.

Llegó la comitiva en su recorrido a Asturias, y buscando la mayor seguridad, depositaron las Reliquias en una cueva excavada en una montaña, llamada hoy día Monsacro, en Morcín, a unos diez kilómetros de Oviedo.

Allí permanecieron escondidas hasta el reinado de Alfonso II el Casto, en que este monarca mandó trasladarlas a Oviedo e hizo construir para su custodia una iglesia dedicada a San Miguel Arcángel, llamada hoy Cámara Santa.

Don Pelayo, Rey

En Asturias se habían refugiado multitud de cristianos, huyendo de los árabes invasores, Nobles y plebeyos, olvidando diferencias de clase, se reunieron y decidieron aprestarse a combatir al común enemigo, sin importarles, lo desigual de la lucha que iban a emprender.

Su primer acto fue elegir un caudillo que reuniera las excepcionales cualidades que aquellas circunstancias tan graves requerían.

Todos pusieron los ojos en Pelayo, príncipe de la real sangre de los duques de Cantabria, que a la nobleza de la estirpe unía la fama de sus hazañas y, con arreglo también a las prescripciones del Fuero Juzgo, fue elegido rey, en cuya persona se anudó la monarquia gótica, aunque en situación muy precaria.

El modo de aclamar por rey en aquella época consistía en alzar al elegido sobre el pavés o escudo. Parece que tuvo lugar este acto el año 716 o 718, en Cangas de Onís o Covadonga, entre cuyos lugares existe el llamado Campo de la Jura.

La invasión de Muza

Al invadir los árabes a España, uno de sus caudillos, Muza, vino en su expedición por Asturias, llegó a la ciudad de Lucus Asturum, hoy Santa María de Lugo, cerca de Oviedo, la tomó y arrasó, continuando hasta Gijón, donde dejó a Munuza de Walf o gobernador, retirándose el ejército musulmán, una vez terminada la campaña, y dejando guarnecidos algunos 1ugares estratégicos, para garantizar la 8eguridad del terreno conquistado.

Munuza pide auxilio al emir de Córdoba

Enterado Munuza del levantamiento de los cristianos y de la elección de Pelayo, mandó al momento emisarios dando cuenta y pidiendo auxilio al emir de Córdoba, Alahor. Envío este a su lugarteniente, Alkama, con un grueso ejército a someter a los sublevados. Alkama llevó en su compañía a don Opas, prelado de Sevilla, para que le ayudase con su autoridad cerca de don Pelayo, de quién era pariente próximo, a fin de que se sometiesen él y los suyos. Y por si Munuza o algún otro gobernante les tenía agraviados, les hiciese presente que se haría justicia y depusiesen las armas, y considerasen como una locura el oponerse a los árabes invasores, pues no dudaran que el final sería desgraciado para ellos.

Alkama en Asturias

Alkama entró en Asturias, lo más probable por el puerto de Tarna, por donde han tenido lugar otras invasiones, conservándose aún para defender el paso dos castillos de origen romano a orillas del río Nalón, el de Villamorey (Sobrescobio), en ruinas, y el de Condado (Laviana), restaurado y en buen estado.

Siguió Alkama el curso del Nalón y llegó a la ciudad de Lucus Asturum, destruida por Muza, y de allí se dirigió por el valle de Siero y Piloña y penetró en el de Cangas en busca de los cristianos.

Al tener noticia Pelayo y los suyos de que venía Alkama con un poderoso ejército, algunos se atemorizaron, mas don Pelayo levantó el ánimo de
todos preparándose para la lucha.

Distribuyó sus tropas por las alturas y lugares estratégicos y él se parapetó en el monte Auseva, donde se hallaba una cueva en la que se veneraba una imagen de la Santísima Virgen.

La Cruz de la Victoria

Cuenta la tradición que antes de la batalla se le apareció en el cielo a Pelayo una cruz roja brillante y don Pelayo construyó en su vista una cruz con dos palos de roble y la enarboló por estandarte durante la batalla.

Otros dicen Que, como el rojo pendón de los godos hubiese desaparecido en el Guadalete, un ermitaño de vida ejemplar, que habitaba la Cueva de Santa María, puso en manos de Pelayo una cruz de roble, diciéndole: " He aquí la señal de la victoria." Sea cierta una cosa u otra; el hecho es que Pelayo tomó la cruz por enseña en la batalla contra los moros, y dicha cruz de roble fue luego recogida por su hijo Favila y guardada en la iglesia dedicada a la Santa Cruz, que en memoria de la batalla ganada por su padre mandó edificar en Cangas de Onís.

Más tarde dicha cruz de roble fue llevada por Alfonso III el Magno a su castillo de Gauzón (hoy Gozón) cerca de Avilés, y la mandó cubrir de oro y piedras preciosas, conservándose en la actualidad tan inestimable joya en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo, con el nombre de Cruz de la Victoria.

Entrevista de Don Opas y Don Pelayo

Los moros, antes de dar comienzo al combate, enviaron de embajador a don Opas para ver si con buenas razones lograba convencer a Pelayo para que desistiese de la lucha, haciéndole a dicho fin grandes halagadoras promesas.

El obispo Sebastián de Salamanca, en su Cronicón, pone en labios de don Opas, dirigiéndose a Pelayo, las siguientes palabras : "Hermano: estoy seguro que trabajas inútilmente. ¿Qué resistencia has de oponer en esta cueva, cuando toda España y sus ejércitos unidos bajo el poder de los godos, no pudieron resistir el ímpetu de los ismaelitas?. Escucha un consejo: retírate a gozar de los muchos bienes, que fueron tuyos, en paz con los árabes como hacen los demás."

Respuesta de Don Pelayo

A esto contestó don Pelayo. "No quiero amistad con los sarracenos, ni sujetarme a su imperio; porque, ¿no sabes tú que la Iglesia de Dios se compara a la luna, que estando eclipsada vuelve a su plenitud? Confiamos, pues, en la misericordia de Dios, que de este monte que ves saldrá la salud a España. Tú y tus hermanos, con Julián, ministro de Satanás, determinasteis entregar a esas gentes el reino de los godos; pero nosotros, teniendo por abogado ante Dios Padre a nuestro Señor Jesucristo, despreciamos a esa multitud de paganos, en cuyo nombre vienes, y por la intercesión de la Madre de Dios, que es Madre de misericordia, creemos que esta reducida gente de 105 godos ha de crecer y aumentar tanto como semillas salen de un pequeñísimo grano de mostaza."

Don Opas, luego de oír la contestación de Pelayo, se volvió al ejército moro y dijo : " Marchad hacia la cueva y luchad, que si no es por medio de la espada, nada podremos conseguir de él."

La batalla

Se encontraban allí en aquel instante, como otro día a orillas del Guadalete, dos ejércitos de dos pueblos antagónicos; dos razas distintas, dos civilizaciones dispares; dos religiones que aspiraban a difundirse por el mundo: una imponiéndose por la fuerza de la cimitarra, simbolizada por la Media Luna, y la otra por el amor y el sacrificio representada por la Cruz.

Un pueblo, una raza, una civilización, una religión que venía recorriendo triunfante el Africa, que había salvado el Estrecho y, en paso arrollador, intentaba terminar con el último reducto en que se había refugiado el pueblo vencido, la raza esclavizada, la civilización destruida, la religión profanada. Allí se iba a ventilar, quizá de manera definitiva, si España sería una prolongación del Africa, o si continuaría siendo el baluarte avanzado de la civilización cristiana.

La suerte estaba echada : bien lo sabían los cristianos y su caudillo Pelayo. De aquella batalla dependía su suerte. Escasas eran sus fuerzas y las del enemigo numerosas y bien armadas. Los cristianos sé hallaban derrotados y deprimidos; los árabes victoriosos y arrogantes. Humanamente hablando, el resultado de la batalla no ofrecía duda : los cristianos serían aniquilados y España quedaría para siempre bajo el dominio agareno y sometida a la raza y a la religión del falso profeta. Pero los cristianos habían puesto toda su confianza, no en sus reducidas fuerzas, sino en la protección de la Santísima Virgen, cuyo auxilio habían impetrado y de la que nadie es desamparado. En Ella estaba colocada toda su esperanza y confiando en su ayuda dio comienzo aquella desigual y terrible lucha.

Comienza el combate

Al enterarse Alkama, por don Opas, de que no era posible arreglo alguno con Pelayo, continúa la Crónica de Sebastián diciendo que "dio orden a los honderos y saeteros que atacasen la entrada de la Cueva. Entonces se vio que las piedras mezcladas con los dardos se volvían desde la Cueva contra los mismos que las disparaban, atormentando horriblemente a los moros. Estos, viendo que nada les aprovechaba el luchar, sino que, por el contrario, la mayor parte de ellos yacía destrozada por sus propios dardos, retrocedieron confusos y turbados, desistiendo de atacar la Cueva.

Entonces Pelayo, al ver a los enemigos castigados por la mano vengadora de Dios, que no tiene en cuenta el número, sino que da la victoria a quien quiere, atacó con los suyos, y al mismo tiempo los cristianos que se ha11aban distribuidos por los montes y situados en lugares estratégicos, comenzaron el ataque contra los mahometanos que se hallaban en el fondo del valle, y lanzaron por las vertientes de las montañas piedras enormes y troncos de árboles, mientras otros disparaban sus arcos y sus hondas causando en los árabes gran carnicería. Al mismo tiempo estalló en el espacio una horrible tempestad, que llenó de pavor a los moros, los cuales, presa de gran pánico, emprendieron la huida perseguidos por los cristianos, y fueron finalmente desbaratados en el valle de Cangas, donde tuvo lugar lo más encarnizado de la lucha.

El obispo don Opas fue hecho prisionero y Alkama muerto, en unión de muchos millares de moros que perecieron en el combate. El resto del ejército árabe emprendió la fuga hacia el territorio de la Liébana; pero tampoco pudieron evadirse de la venganza del Señor, porque cuando marchaban por la cima del monte que está sobre la ribera del río Deva, cerca de la heredad de Casegadia (en la Liébana, cerca de Potes) aconteció por juicio de la Providencia divina que, desgajándose el monte, arrojó al río de una manera admirable a los caldeos (como llamaban a los musulmanes) y los aplastó a todos, descubriéndose aun en aquel lugar restos de armas y de huesos, cuando el río extiende su álveo por sus orillas en el invierno y remueve las arenas.

No juzguéis que fue éste un milagro fabuloso; recordad que Aquel que sumergió en el mar Rojo a los egipcios que perseguían al pueblo de Israel, ese mismo sepultó bajo la mole inmensa de un monte a esos árabes que perseguían a la Iglesia de Dios".

Derrota y muerte de Munuza

"Al tener noticia Munuza, gobernador de Gijón, de la gran derrota sufrida por los suyos, abandonó la ciudad y huyó con la fuerza que mandaba, siendo perseguido por los asturianos que le alcanzaron en el lugar de Olalla (quizá Santa Eulalia de Manzaneda, cerca de Oviedo), donde le desbarataron completamente y le dieron muerte.

En vista de eso se unieron al ejército de Pelayo muchos fieles, se restauraron muchas iglesias y todos juntos dieron gracias a Dios diciendo: Bendito sea el nombre del Señor, que da fuerza a los que creen en El y reduce los impíos a la nada." .

Don Pelayo organiza su reino

Don Pelayo, libre ya de enemigos, se dedicó a disponer todo aquello que era conveniente a la organización de aquel reino que Dios acababa de poner en sus manos y, sobre todo, a preparar un aguerrido ejército para defenderlo; porque no dudaba que el enemigo, aunque derrotado en aquel primer encuentro, no dejaría de volver a tomar la revancha con fuerzas más poderosas y era necesario prepararse para la lucha.

Se apoderó luego de Gijón, abandonada por Munuza, y comenzó a batir las guarniciones que habían dejado los árabes en algunos lugares estratégicos de Asturias.

Los cristianos de otras regiones se unen a Pelayo

Al difundirse la noticia de la victoria de Pelayo, fueron muchos los cristianos de los lugares limítrofes que acudieron a sumarse a las filas de su ejército, sobre todo de Galicia y de Vizcaya. De este lugar acudió, con gran refuerzo de soldados, el próximo deudo de Pelayo, don Alonso, hijo de don Pedro, duque de Vizcaya, el cual dejó a su padre y a su patria y vino a combatir al lado de los asturianos.

Se distinguió don Alonso por su bravura en los combates y más tarde contrajo matrimonio con Ormisinda, hija de don Pelayo, a quien sucedió en el reino, por la muerte de Favila, y llevó el nombre de Alfonso I el Católico.

D. Pelayo se apodera de León

Don Pelayo, al ver fortalecido su ejército con tan valiosas ayudas, y enterado de que los caudillos moros de Toledo, Córdoba y Baena andaban desavenidos, determinó adentrarse por tierras de León, y al frente de ocho mil infantes y ciento cincuenta caballos, salió de Asturias, llegando hasta León, ciudad entonces pequeña, pero muy fuerte y amurallada.

Don Pelayo la puso cercó e intimó la rendición a los moros que la defendían. Estos habían pedido y esperaban socorro del reino de Toledo, por lo que determinaron resistir. Las tropas de Pelayo dieron varios asaltos a la ciudad, y los moros, viéndose perdidos, pidieron a Pelayo una tregua de tres días para tratar de la rendición.

Les fue concedida la tregua a condición de entregar rehenes; mas luego se acordó que sería rendida la ciudad y se dejaría salir de ella al alcaide mahometano Itruz, que la gobernaba por el rey de Córdoba, y a los moros con sus mujeres e hijos dejándoles en libertad de ir a donde quisieran, encaminándose todos hacia Toledo.

Pelayo derrota a Abderrahaman


El rey Abderrahamán, que había salido a toda prisa a socorrer a León con un ejército de seis mil hombres de a pie y trescientos de a caballo, se encontró en el camino con el alcaide mahometano y demás moros que le acompañaban y, al enterarse de lo ocurrido, le mandó cortar la cabeza y continuó viaje para recuperar a León.

Enterado Pelayo de su venida, no le pareció prudente esperarle encerrado en la ciudad, sino que dejando en ésta una guarnición, se escondió con el resto de la gente en un bosque cercano, esperando ver lo que ocurría.

Abderramán llegó hasta León y juzgando que Pelayo estaba dentro, puso sitio a la ciudad, la cercó por todas partes para que nadie saliese, a fin de dar el asalto al día siguiente.

Aquella misma noche Pelayo le atacó por sorpresa y Abderramán se vio obligado a emprender la huida, con la pérdida de más de mil hombres y perseguido por Pelayo.

Más tarde Abderrahamán no quiso darse por vencido, rehizo su ejército y volvió con doce mil infantes y quinientos caballos sobre León.

Don Pelayo encomendó la defensa de la ciudad a un valiente capitán, llamado Ormiso, la dejó bien abastecida de alimentos y de armas y volvió a Asturias a por más gente, para ir luego en auxilio de León.

Llegó Abderrahamán a las puertas de la ciudad y le puso sitio, como la vez anterior. Ormiso y los suyos resistieron con gran valor los ataques de las huestes del caudillo árabe, pero en esto recibe aviso Abderrahamán de hallarse un hijo suyo gravemente enfermo y levantó el cerco de la ciudad, volviéndose a Toledo y quedando libres los sitiados.

No disfrutó Pelayo de mucha paz, porque ni él la buscaba, ni podía esperarla de los musulmanes, pues el batallar era su ocupación constante y se veía obligado a estar siempre alerta para rechazar las incursiones de sus enemigos y a preparar las suyas, ensanchando o comprimiendo sus dominios, según las circunstancias le fueran favorables o adversas.

Muerte de Don Pelayo

Al fin, vencido por la enfermedad, falleció en Cangas de Onís, donde tenía su corte, en el año 737 y fue sepultado en la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, próxima a Covadonga, que él había fundado.

Allí se le unió más tarde su esposa, Gaudiosa.

En el reinado de Alfonso X, el Sabio, fueron trasladados los restos de ambos esposos a la Santa Cueva de Covadonga y colocados al lado del Altar de la Santísima Virgen. A fines del siglo XVIII, sin duda con motivo de alguna reforma del sepulcro, se grabó en él el siguiente epitafio: "Aquí yace el santo rey D. Pelayo, elleto el año de 716, que en esta milagrosa Cueva comenzó la restauración de España. Bencidos los moros, falleció el año 737 y le acompaña su mujer y hermana."

Allí continúan los restos del rey don Pelayo hasta el día de hoy. Las consecuencias de la primera victoria obtenida por Pelayo sobre los secuaces de Mahoma y sus continuadas luchas para sostener y acrecentar su reino contra los enemigos de su patria y de su fe, fueron de inmensa trascendencia para el pueblo cristiano y para el suelo patrio, convertido en provincia del califa damasceno. Como reguero de pólvora corrió tan fausta nueva de un extremo a otro del Pirineo, y pronto la Cruz de Sobrarbe juntó a la de la Victoria, para luchar unidas contra el estandarte de la Media Luna. Los cristianos que habitaban las regiones dominadas por los árabes comenzaron a cobrar esperanzas de liberación y a reanimar su abatido espíritu ante la magnitud de la catástrofe producida por la invasión agarena.

Cuantos pudieron huir del poder de los moros corrieron a engrosar las huestes de Pelayo y a sumarse a aquella lucha que España tuvo que sostener, por espacio de ocho siglos, contra todas las tribus que el Africa enviaba de continuo, presentando un valladar inexpugnable a aquellas turbas fanatizadas, que salvó no sólo a la Patria, sino también a Europa del yugo mahometano. Empresa que fue coronada felizmente por los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, al apoderarse de Granada, último baluarte de la morisma y jalón final, que cierra con broche de oro la epopeya iniciada por Pelayo en Covadonga bajo la protección de la Santísima Virgen..


Luciano López y García Jové

lunes, 4 de abril de 2011

Oración de la Victoria


Franco ofrendó su espada invicta a Dios

Un día después del desfile de los ejércitos triunfantes, el Caudillo fue a depositar su espada victoriosa ante el Dios de los Ejércitos.
La ceremonia, en la mayestática iglesia de Santa Bárbara de Madrid tuvo una clara unción de Hispanidad. No de otra manera ha sabido festejar España, cuando en España el tono histórico se ha elevado hasta las alturas de la sublimidad, sus gestas y sus bienandanzas.
En el paseo de la Castellana, el día anterior, se había dado al César lo que era del César: el homenaje de pleitesía por la Victoria que ganó su espada.
Pero fue en la ceremonia religiosa cuando el César ofrendó a Dios lo que a Dios era debido: el tributo de encendida gratitud que encontró en Dios el sobrenatural Artífice de su redención.

Así, precedido el Caudillo por los jinetes de la Guardia mora, una multitud prorrumpió en vítores y aclamaciones, que no cesaron hasta que el Caudillo, con uniforme de Infantería y tocado con boina roja, saludó a quienes le esperaban y con sonrisa y brazo en alto correspondía al entusiasmo del pueblo de Madrid.
A la puerta del templo el Caudillo besó el anillo del obispo de Madrid y éste le ofreció, con arreglo al ritual, el hisopo de plata, haciendo la señal de la Cruz el Caudillo al tomar el agua bendita.

El libertador de España, ocupó el sitio que se letenía preparado y los cantores entonaron el «Te Deum» en acción de gracias por la victoria obtenida y por la protección divina a las armas españolas.
Al resonar en las amplias naves del templo las magníficas estrofas del himno religioso, los invitados, llenos de fe en Dios y en el Caudillo, difícilmente pudieron contener su emoción.

Ofrenda de la espada invicta.
Franco avanzó sereno y humilde Señor, como vasallo del Rey de Reyes, y llegó al sitio que en el centro del altar ocupaba el Primado. El Caudillo, que antes había orado ante Dios unos momentos, como cristiano modelo, se acercaba al Cardenal Goma, espada en mano.
El momento, por su suprema emoción, no podía describirse... Silencio sepulcral... Con lágrimas en los ojos de todos los presentes, Franco venía a ofrendar a Dios su magna Victoria, que fue victoria de la Cristiandad.
Franco llegó ante el Cardenal primado y pronunció palabras que eran oración y poema:

 
«Señor, acepta complacido el esfuerzo de este pueblo, siempre tuyo, que, conmigo, por tu nombre, ha vencido con heroísmo al enemigo de la Verdad en este siglo.
Señor, Dios, en cuyas manos está todo derecho ytodo poder, préstame tu asistencia para conducir este pueblo a la plena libertad del Imperio, para gloria tuya y de tu Iglesia.
Señor: que todos los hombres conozcan que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo.»
Franco pronunció esaoración, superando lapropia emotividad del momento.
En este instante, Franco depositó su espada ante la máxima jerarquía de la Iglesia en España.

Contestación del Primado.
El Cardenal Gomá recibida la ofrenda simbólica, augustamente elevó sus preces al Altísimo y otorgó su bendición a Franco, salvador de España, diciendo:
«El señor sea siempre contigo. Que El, de quien procede todo derecho y todo poder, y bajo cuyo imperio están todas las cosas, te bendiga y con amorosa providencia siga protegiéndote, así como al pueblo cuyo régimen te ha sido confiado. Prenda de ello sea la Bendición que te doy en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»

Canto de las antífonas.
Después se cantaron las antífonas de Recepción del Caudillo:
«Se nos anunció vuestro gozo y vuestro honor; nos alegramos de vuestra llegada.
Porque hemos recibido un varón bueno y amable para que haya alegría en este lugar.
R. — Y gozamos con gran gozo dando a Dios acciones de gracias por Vos.
Porque hemos recibido un barón bueno y amable en este lugar.

Antífona. — Bendito el Señor que dirigió vuestros pasos hasta nosotros. Para Vos paz y alegría hasta la Eternidad y en los siglos de los siglos.
R. — Sois una raza elegida, un sacerdocio real, gente santa, pueblo de elección.
Para Vos, paz y alegría hasta la Eternidad y en los siglos de los siglos.

Antífona. — Bendito eres en la ciudad, bendito en el campo y benditas todas tus huellas. Bendito al entrar y al salir.
R. — Bendígate el Señor desde Sión. Bendito al entrar y al salir.

Antífona. — Te hemos deseado ver vuestra llegada con la mayor alegría. La vimos y nos alegramos. Aleluya.
R. — Y nos alegramos con gran alegría- Y la vimos y nos alegramos, Aleluya.

Antífona. — Aleluya. Salieron al encuentro los ancianos de la ciudad, diciendo: Paz a vuestra llegada. Aleluya; venimos a anunciar la paz al Señor. Aleluya. Santificaos y alegraos con nosotros. Aleluya. Aleluya.

Antífona. — Todos los Santos de la Iglesia de Cristo os saludan con ósculo santo. Aleluya. Aleluya.

Antífona. —Hemos esperado ver vuestro rostro- Aleluya, con gran deseo, porque Vos sois nuestro gozo ante el Señor Aleluya, Aleluya.

Antífona. — He aquí que la puerta de la Verdad se os ha abierto. Entrad en el Tabernáculo de Dios. Aleluya, Aleluya; entrad por las puertas del Señor con alabanza. Aleluya. Aleluya.

Las oraciones de la Vuelta del Caudillo.
A continuación se entonaron las oraciones de la Vuelta del Caudillo después de la guerra, siguientes:

«Rey Dios, por quien se rige el Reino de los Reyes, bajo cuyo gobierno todo se hace sublime, y en cuya ausencia frágil, asiste como prudente moderador al Caudillo Francisco Franco tu siervo. Dale, señor firme rectitud en la fe y una guarda incansable de Tu ley. Sobresalga por su honestidad de costumbres, de manera que sea agradable a Tu Majestad. Y de tal modo conduzca ahora a sus pueblos que sea coronado con los elegidos después del transito. Porque, según mandato, decimos: Padre Nuestro...

Bendición:
El Dios omnipotente que trajo a nosotros tus pasos en paz, lleve nuestras almas a la Heredad Eterna. Así sea.
Y El que nos hizo, clemente, volver aquí, nos haga siempre llegar a El felizmente. Así sea.
Para que a El, ante quien derramáis aquí lágrimas por vuestro regreso, le deis gracias perennes por el eterno don que nos ha dado. Así sea.

Oración: ¡Oh Dios! a quien todo se somete, a quien todas las cosas sirven, haz que los tiempos de tu fiel siervo el Caudillo Francisco Franco, sean tiempos de paz, y aleja con Tu clemencia las guerras bárbaras. Para que aquel a quien pusiste al frente de tu pueblo, bajo Tu guía tenga paz con todas las naciones.

Oración. Te rogamos, ¡oh, Señor! que seas propicio a nuestras preces. Tú que eres Rey de Reyes y Señor de Señores, para que mires benignamente desde el Trono de Tu Majestad a nuestro Caudillo Francisco Franco. Y al que diste un pueblo sujeto a gobierno, le des también hacer en todo Tu voluntad.

Bendición. Escucha, Cristo Señor, los ruegos de tu fiel siervo, nuestro Caudillo Francisco Franco, con rostro sereno, y que guarde en paz su pueblo. Así sea.
Fortifique su trono la justicia y multiplique en paz su pueblo. Así sea.
Sirva para salvación a la tierra y para defensa desu patria. Así sea.

Ceremonia vespertina en El Escorial.
Por la tarde, cuando el Caudillo se prosternó ante la tumba del Emperador Carlos I de España y V de Alemania en el ambiente secular del regio Escorial, henchido de grandezas, también se hizo con dicha ceremonia tanto un acto de pura y auténtica Hispanidad, cuanto de sugestiones para la meditación.
Ascetismo y milicia amasaron la más grande maravilla en que puede quedar transfigurada la frágil arcilla de un pueblo, cuando ascetismo y milicia lo saben regir con su entera virtud.






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sábado, 2 de abril de 2011

Hispanidad y Malvinas: "Gracias... por ser hijo de sangre española"



Hablando de la Hispanidad, alguien me preguntó por las Malvinas. Por suerte, tenía en mi PC el siguiente texto que quiero compartir con Uds.:

"Cuando el Teniente Estévez desarrollaba el Curso de Comandos en la Escuela de Infantería, durante el año 1982, durante el curso de una exigente ejercitación propia de la especialidad, tuvo un paro cardíaco. El médico que lo atendió, no obstante declararlo muerto, continuó prodigándole los auxilios correspondientes; milagrosamente, reaccionó. En forma inmediata, sufre un segundo paro, del que vuelve a recuperarse. Fue enviado al Hospital en forma inmediata. Todos se quedaron sorprendidos cuando, al día siguiente, se presentó para continuar el curso.
Sin duda, el Señor prevé los mejores destinos para sus mejores hijos.

- "Señor Teniente Coronel, basado en mi propia experiencia, durante la Segunda Guerra Mundial en Italia, estimo que, por el potente fuego de artillería enemiga que se recibe más el cansancio de los soldados, será muy difícil sostener las líneas defensivas. Si Ud. me permite, creo que sería conveniente utilizar la Sección de Tiradores Especiales, del Teniente Roberto Estévez, a la que le reconozco un excelente espíritu para el combate."
El Padre Santiago Mora, Capellán del Regimiento de Infantería 12, le hizo esta proposición al Jefe del Regimiento. El Teniente Estévez se encontraba asignado a esta Unidad. Además del ejercicio pastoral en la Guarnición Darwin-Goose Green, sus recuerdos y experiencias, de veterano de guerra en el Teatro de Operaciones Italia, lo impulsaron a realizar esta proposición, por la gravedad de la situación.
- "Gracias, Padre, lo pensaré; mis asesores también me dieron el mismo consejo; esta Reserva es lo último de que disponemos. "
Después de un rápido análisis con su Plana Mayor, adopta la urgente decisión.
-" Teniente Estévez, como último esfuerzo posible, para evitar la caída de la Posición Darwin-Goose Green, su Sección contraatacará en dirección NO, para aliviar la presión del enemigo sobre la Compañía "A", del Regimiento 12 de Infantería. Tratará de recomponer, a toda costa la primera línea. Sé que la misión que le imparto sobrepasa sus posibilidades, pero no me queda otro camino"
Luego, lo despidió con un fuerte abrazo. La difícil y crítica situación no le permitió agregarle ningún otro tipo de detalle a la orden; además, tratándose de Estévez, eran innecesarios.
-"Soldados, en nuestras capacidades están las posibilidades para ejecutar este esfuerzo final, y tratar de recomponer esta difícil situación. Estoy seguro de que el desempeño de todos será acorde a la calidad humana de cada uno de ustedes y a la preparación militar de que disponen" ...así fue la rápida arenga de Estévez.
Finalmente, todos los integrantes de la fracción, escucharon la mejor y más hermosa orden que puede dar un Jefe: "Seguirme!". Pronto estarían inmersos en el combate.
-"Para la Sección, sobre las fracciones enemigas que se encuentran detrás del montículo, ¡fuego! Artilleros, sobre el lugar, deriva 20 grados, alza 400 metros, ¡fuego! Esté atento Cabo Castro, en dirección a su flanco derecho, puede surgir alguna nueva amenaza..." -diversas órdenes se entrecruzaban en medio del fragor y la ferocidad de la lucha; finalmente, se logra bloquear el avance, y aliviar en parte la presión ejercida por los ingleses.
-Cabo Castro, me hirieron en la pierna, pero no se preocupe, continuaré reglando el tiro de la artillería -gritó, sin titubear, el Teniente Estévez.
-Enfermero, ¡rápido, atienda al Teniente! -ordenó Castro, con un grito.
-Me pegaron de nuevo, esta vez en el hombro. Cabo Castro no abandone el equipo de comunicaciones y continúe dirigiendo el fuego de artillería...-fue su última orden; un certero impacto en la cara, quizás de un tirador especial, lo desplomó sin vida.
- "Soldados, el Teniente está muerto, me hago cargo" - gritó Castro y continuó con la misión ordenada, hasta que fue alcanzado por una ráfaga de proyectiles trazantes, que llegaron a quemar su cuerpo."
-"Camaradas, me hago cargo del mando de la Sección, nadie se mueve de su puesto, economicen la munición, apunten bien a los blancos que aparezcan" -el Soldado Fabricio Carrascul, llevado por el ejemplo heroico de sus Jefes que yacen inermes en el glorioso campo de la guerra, impartió con firmeza su primera orden.
-Los ingleses se repliegan, bien, los hemos detenido y los obligamos a retirarse. ¡Viva la Patria! -gritó con alegría, Carrascul, al ver la maniobra inglesa. En ese momento, un preciso disparo, quizás del mismo tirador especial que eliminó a sus Jefes, le quitó la vida.
Habiendo cumplido con su misión, sin Jefes, agotadas las municiones y transportando sus muertos y heridos, la veterana y gloriosa Primera Sección de Tiradores Especiales se retiró hacia sus posiciones iniciales, habiendo cumplido con la Misión.
La carta póstuma que el Teniente Don Roberto Estévez dejó escrita, en cumplimiento de orden que se impartió al Regimiento, estaba dirigida a su padre. Esta se convirtió en un documento histórico:
""
Querido papá,
Cuando recibas esta carta yo ya estaré rindiendo cuentas de mis acciones a Dios Nuestro Señor. El, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en cumplimiento de mi misión. Pero fijate vos, ¡que misión? ¿no es cierto? ¿Te acordás cuando era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas, todos destinados a recuperar las islas Malvinas y restaurar en ellas Nuestra Soberanía?. Dios, que es un Padre Generoso ha querido que éste, su hijo, totalmente carente de méritos, viva esta experiencia única y deje su vida en ofrenda a nuestra Patria.
Lo único que a todos quiero pedirles es: 1) que restauren una sincera unidad en la familia bajo la Cruz de Cristo. 2) que me recuerden con alegría y no que mi evocación sea la apertura a la tristeza y, muy importante, 3) que recen por mí.
Papa, hay cosas que, en un día cualquiera, no se dicen entre hombres pero que hoy debo decírtelas: Gracias por tenerte como modelo de bien nacido; gracias por creer en el honor; gracias por tener tu apellido; gracias por ser católico, argentino e hijo de sangre española, gracias por ser soldado, gracias a Dios por ser como soy y que es el fruto de ese hogar donde vos sos el pilar.
Hasta el reencuentro, si Dios lo permite. Un fuerte abrazo.
Dios y Patria ¡O muerte!
Roberto
""


Un cordial saludo,

Cruz y Fierro




2 de abril de 1982:Gloria a los héroes que murieron por la Patria en las Islas Malvinas


Los últimos dos versos de este video, los hemos tomado de un poema del escritor ruso Anton Vasilev, traducido por el corresponsal de guerra Nicolás Kasanzew, y dedicado a los héroes de la Guerra de las Malvinas.


Aguafuertes de un mundo post-yaltino,
Poderosos avasallan al menor.
Rugen las bitubo en Argentino,
Rechazando al Harrier invasor.


El hollín ennegrece los vientos y los prados.
¡No amenaces, Inglaterra, con la muerte!
En el barro, los angeles y los soldados,
Cantan juntos el Rosario sin temerte.


Los del bien estan hasta la coronilla.
Pero hoy el mismo averno ha de temblar,
En cabalgata de cruzados de Castilla,
Rasantes vuelan los Mirage a batallar.


Otoño austral tornado estio palestino.
No todos son unos tibios de corset.
Como por el Sepulcro Santo, por Malvinas,
Clava diestra su pica el Exocet.


Y aunque decir no sea un desatino,
Que en el orbe manda el oro, el vil millón.
Han sabido morir los argentinos,
Con la garra de los nuestros en el Don.


De la Tierra, de sus ultimos confines,
Donde caen en olor de cristiandad,
Acoge las almas de sus paladines,
La Teotokos Virgen, Doña Soledad.


Y los lleva a la estancia de su Hijo Jesús,
Donde no hay muerte, ni ningun sufrir.
Donde los héroes de España y de la Santa Rus,
De blanca luz los han de revestir.


Donde estan Pizarro, Hernán Cortés y Wrangel,
Nuestro legendario Negro Barón,
Que en la hueste invisible de Miguel Arcángel,
Al mal preparan un Armageddon.


Y hasta tanto a Goliath como a David,
Les llegue del Juicio Final la postdata.
¡Dormid bajo las olas, descendientes del Cid,
Oro entrañable de la nacion del Plata!



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Post-yaltino: Posterior a los tratados de Yalta, firmados por Stalin, Roosvelt y Churchill, que repartieron el mundo en zonas de influencia.




Don: Extenso río de la zona sur de Rusia, que fue epicentro de la lucha del Ejercito Contrarrevolucionario Blanco contra los bolcheviques en la Guerra Civil Rusa (1917-1920).




Teotokos: Madre de Dios. Con este nombre el Concilio de Éfeso proclamo la Divina Maternidad de la Santísima Virgen María.




Rus: Nombre antiguo de Rusia.




Wrangel: Baron Piotr Nikolaievich, ultimo comandante del Ejercito Contrarrevolucionario Blanco. Vestia uniforme negro, de ahi su apodo, “el Baron Negro”.




Armageddon: Batalla entre el bien y el mal hacia el fin de los tiempos.

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Fuente:http://elblogdecabildo.blogspot.com

PRIMERO DE ABRIL:
EL DÍA DE LA VICTORIA


“En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo…”


Si nuestra fue la Cruzada, de 1936 a 1939, de ellos fue la guerra civil, de 1938 a 1939. Efectivamente, dentro de sus frentes y en las ciudades que ocupaban, los rojos tuvieron su propia guerra en miniatura, tal vez para poder ganar alguna batalla en la península. Así fue que los socialistas se tiroteaban entre sí, ya fueran “los de Largo Caballero” contra “los de Prieto”, o bien los anarquistas de la F.A.I. contra los comunistas de Barcelona, o quizás todos ellos contra los del Partido Obrero de Unificación Marxista, alias ¡POUM! que acabó con fama de ser fascista, vaya uno a saber por qué. Los demonios, aún cuando se unan para llevar adelante su guerra contra los hijos de la Mujer, se odian entre sí, y a estos “luchadores por la libertad” (…de perdición, diríamos con cierto tinte papal en la expresión) les pasaba otro tanto.

Pero mientras los rojos retrocedían peleándose entre sí y llevándose el oro a Rusia, Cataluña volvía a ser de España, las políticamente llamadas potencias se apresuraban a designar embajadores ante la España de Burgos (cuartel general de Franco) para no quedar fuera de foco, y los diarios internacionales empezaban a pensar cómo podrían explicar el triunfo de los nacionales luego de publicar tantos comunicados triunfalistas de los republicanos, dirijamos nuestra mirada hacia quienes más habían sufrido en los casi tres años de combates: veamos a Madrid y a la Iglesia.

¡Madrid! En realidad, Madrid no fue ocupada el 28 de marzo de 1939: la verdadera ocupación tuvo lugar varios años antes, y la llevaron a cabo los milicianos, que la llenaron con su odio a todo lo sacro, a todo lo honrado. Estos invasores, los llamados leales que fueron desleales a todo lo divino y lo humano, se encargaron de sembrar de chekas y cadáveres su territorio, y en medio de la suciedad y las ruinas que toda guerra trae aparejada, escribieron en cada pared, en cada escaparate, en cada cartelón, sus consignas más rutilantes: “Fortificarse es vencer”, “Madrid será la tumba del fascismo”, “Madrid resiste”, y la última, la más famosa y desafiante: “¡No pasarán!”

(¡Qué diferencia con las calles de cada pueblo liberado, ya fuesen éstas grandes avenidas o humildes callejuelas, donde además de los vítores a España, a Franco y a la Falange, solía aparecer una frase breve, pero llena de un hondísimo sentimiento, reflejo del alma de quienes la escribían, síntesis expresiva que apuntaba a lo espiritual por sobre todo: “Ante Dios no serás héroe anónimo”).

Lo cierto fue que se llegó a las puertas de Madrid y… pasamos, claro. El avance final fue una marcha jubilosa, casi no hubo resistencia. Los soldados republicanos, hartos de tantas privaciones y mentiras, salían al encuentro de los nacionales y muchas veces, luego de tirar sus armas y saludarlos con el brazo en alto, les pedían que les diesen algo de comer y que los aceptaran en sus filas. Al fin de cuentas, es menester recordarlo: no eran soviéticos, sino españoles.

Muchos de los milicianos, que habían asesinado a tantos prisioneros patriotas, se paseaban masivamente enarbolando banderas blancas. Desde la Ciudad Universitaria, donde habían llegado las tropas marroquíes del Ejército de África, desde Carabanchel, desde la Casa de Campo, los soldados de Dios y de España buscaban el centro de la capital, donde la quinta columna (los partidarios camuflados que resistieron el terror de los tres años de la guerra en los sótanos de Madrid) se había lanzado a la calle a liberar a los presos que aún estaban con vida y a mostrar su júbilo por la victoria haciendo tremolar sus banderas al viento y volviendo a llenarse los ojos de sol. Madrid ya era libre, y ellos volvían a rezar sin miedo a que los matasen por hacerse la señal de la cruz.

Con la promesa-sueño de “tomar un café en Madrid” al fin cumplida, durante el 29 y el 30 de marzo, los ejércitos nacionales terminaron de liberar las últimas zonas españolas ocupadas por la garra del oso ruso. Los últimos lugares que aún aguardaban su libertad eran Almería, Murcia y Cartagena, desde donde todavía huían algunos comunistas irreductibles.

Y el famoso 1º de Abril, desde ese entonces y para siempre nuestro Día de la Victoria, y el comunicado final… “En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. Gracias a Dios, todo había terminado.

Todo podía comenzar otra vez.

¿Y la Iglesia? Al caer la tarde de ese glorioso 1º de Abril, Franco recibió un telegrama. Éste decía: “Levantado nuestro corazón al Señor, agradecemos sinceramente con Vuestra Excelencia deseada victoria católica España, hacemos votos porque este queridísimo país, alcanzada la paz, emprenda con nuevo vigor sus antiguas cristianas tradiciones que tan grande la hicieron. Con estos sentimientos efusivamente enviamos a Vuestra Excelencia y a todo el noble pueblo español nuestra apostólica bendición. Pius PP. XII”.

Con las últimas horas de la histórica jornada, partió la contestación al telegrama del Vicario de Cristo: “Intensa emoción me ha producido paternal telegrama de Vuestra Santidad con motivo victoria total de nuestras armas, que en heroica cruzada han luchado contra enemigos de la religión, la patria y la civilización cristiana. El pueblo español, que tanto ha sufrido, eleva también con Su Santidad el corazón al Señor que le dispensa su gracia y le pide protección para su gran obra del porvenir y conmigo expresa a Vuestra Santidad inmensa gratitud por sus amorosas frases y por su apostólica bendición que ha recibido con religioso fervor y con la mayor devoción hacia Vuestra Beatitud. Francisco Franco, jefe del Estado español”.

¿Quién mejor que el Papa de la Hispanidad podría resumir la alegría de la Esposa de Cristo ante la Victoria de la Undécima Cruzada? Regocijémonos, españoles, con la voz de la Roma eterna:

“Con inmenso gozo Nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la católica España, para expresaros nuestra paternal congratulación por el don de la paz y de la victoria con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad, probadas en tantos y tan generosos sufrimientos.
“Anhelante y confiado esperaba Nuestro predecesor, de santa memoria, esta paz providencial, fruto, sin duda, de aquella fecunda bendición que, en los albores mismos de la contienda, enviaba «a cuantos se habían propuesto la difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la religión». Y Nos no dudamos de que esta paz ha de ser la misma que él mismo desde entonces auguraba, «anuncio de un porvenir de tranquilidad en el orden y de honor en la prosperidad».“Los designios de la Providencia, amadísimos hijos, se han vuelto a manifestar, una vez más, sobre la heroica España. La nación elegida por Dios como principal instrumento de evangelización del nuevo mundo y como baluarte inexpugnable de la fe católica, acaba de dar a los prosélitos del ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima de todo están los valores eternos de la religión y del espíritu (…)
“Nos, con piadoso impulso, inclinamos, ante todo, nuestra frente a la santa memoria de los Obispos, sacerdotes, religiosos de uno y otro sexo y fieles de todas las edades y condiciones que, en tan elevado número, han sellado con sangre su fe en Jesucristo y su amor a la religión católica. Maiorem hac dilectionem nemo habet. No hay mayor prueba de amor”.(Fragmentos del mensaje que dirigió Su Santidad Pío XII a España con motivo de la Victoria, el 16 de abril de 1939).

Pocos días más tarde, el 20 de mayo, Franco rindió su espada victoriosa ante el Cristo de Lepanto, traído expresamente desde la ciudad de Barcelona, y colocado en el altar mayor de la iglesia de Santa Bárbara, en Madrid.

Luego del Te Deum, el Caudillo pronunció la siguiente oración:

“Señor, acepta complacido la ofrenda de este pueblo que conmigo y por tu nombre ha vencido con heroísmo a los enemigos de la verdad, que están ciegos. Señor Dios, en cuyas manos está el derecho y todo poder, préstame tu asistencia para conducir este pueblo a la plena libertad del imperio, para gloria tuya y de la Iglesia.
“Señor: que todos los hombres conozcan a Jesús, que es Cristo, Hijo de Dios vivo”.

El Cardenal Isidro Gomá y Tomás, Primado y Arzobispo de Toledo, le dio la bendición diciendo: “El Señor sea siempre contigo, y Él, de quien procede todo derecho y todo poder, y bajo cuyo imperio están todas las cosas, te bendiga y con admiración providencial siga protegiéndote, así como al pueblo cuyo régimen te ha sido encomendado. Prueba de ello sea la bendición que te doy en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Luego, el Cardenal Gomá y nuestro Caudillo Franco se abrazaron. Y las campanas de toda una nación volaron anunciándole al mundo que España era Una y Libre. Y luego del abrazo de la cruz y la espada, España también fue Grande.

Españoles, unámonos en el recuerdo de nuestros gloriosos muertos y junto a ellos, gritemos una vez más:

España ¡Una!
España ¡Grande!
España ¡Libre!
¡Arriba España!
¡Viva España!

Rafael García de la Sierra