domingo, 30 de octubre de 2011

LA VOZ DE UN PROFETA

"Mientras la terrible crisis económica actual ha arruinado o está en camino de arruinar a los modestos productores, y la masa obrera sufre como nunca la pesadilla del paro, la cifra de los beneficios obtenidos por los beneficiarios del orden actual de cosas, los dueños de la Banca, es elevadísimo" (José Antonio (Arriba, núm. 20, 21 de noviembre de 1935)

‎"No dejaremos de gritarlo en ningún momento: hay españoles en paro forzoso; hay españoles que comen de milagro. ¿Cómo puede haber Parlamento, Gobierno ni partidos que vivan en paz mientras esa trágica llaga sigue abierta al costado de nuestro pueblo?" (José Antonio, Arriba, núm. 2, 28 de marzo de 1935)

"...¿Queréis un punto improvisado ahora? Todos los españoles no impedidos tienen el deber de trabajar. El Estado Nacional–Sindicalista no tendrá la menor consideración al que no cumpla función alguna y aspire a vivir como convidado a costa del esfuerzo de los demás. ... (Punto dieciséis). Estos son los típicos señoritos, este es el señorito. Pues ya ve claro y bien el señor Fiscal cuál es la opinión de la Falange Española sobre el señoritismo" (Defensa de José Antonio frente al Tribunal Popular. Alicante, 17 de noviembre de 1936)

“¿Quién ha podido deciros que yo soy vuestro adversario? Quien os lo haya dicho no tiene razón para afirmarlo. Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero preferentemente para los que no pueden congraciarse con la patria porque carecen de pan y de justicia. Cuando se va a morir no se miente y yo os digo, antes de que me rompáis el pecho con las balas de vuestros fusiles, que no he sido nunca vuestro enemigo. ¿Por qué vais a querer que yo muera?” (José Antonio Primo de Rivera, al pelotón que lo iba a fusilar. 20 de Noviembre de 1936)

‎"...nosotros, que no somos de derecha ni de izquierda, que sabemos que una y otra postura son incompletas, insuficientes, pero que no desconocemos, sin embargo, que en la derecha y en la izquierda, como esperando la voz que lo redima, está todo el material humano de que España dispone" (José Antonio. Cinema Europa de Madrid, 2 de Febrero de 1936)

"...hemos preferido salirnos de ese camino cómodo e irnos, como nos ha dicho nuestro camarada Ledesma, por el camino de la revolución, por el camino de otra revolución, por el camino de la verdadera revolución. Porque todas las revoluciones han sido incompletas hasta ahora, en cuanto ninguna sirvió, juntas, a la idea nacional de la Patria y a la idea de la justicia social. Nosotros integramos estas dos cosas: la Patria y la justicia social, y resueltamente, categóricamente, sobre esos dos principios inconmovibles queremos hacer nuestra revolución" (José Antonio. Discurso pronunciado en el Teatro Calderón de Valladolid, 4 de marzo de 1934)

domingo, 23 de octubre de 2011

Origenes e historia de la bandera de España



En España, quizás podríamos afirmar que la primera divisa utilizada estuvo constituida por el penacho rojo con que los iberos adornaban el casco de bronce que les cubría. Es interesante constatar que este color va a ser nuestro color nacional por excelencia; tanto es así que roja va a ser la escarapela de los gorros militares españoles hasta su sustitución por la bicolor, a mediados del siglo XIX.
Cuando se inventa el escudo, sobre él se pinta el signo que representa al guerrero que lo porta. Los signos podían ser personales, representativos de la tribu y más adelante del grupo guerrero.
Cuando el desarrollo de la industria textil lo permite, estos signos se pintan sobre una tela que se sujeta al extremo de un palo largo. Las ventajas son evidentes: Pesa poco, se transporta cómodamente y se sostiene con facilidad, puede ser de gran tamaño, puede alzarse por encima de las tropas y se ve desde muy lejos. Además, su gran superficie permite dibujos más complejos y elaborados.
Golpando Lacio, en el año 456, escribe que los reyes godos usaron como insignia un león sobre ondas azules.
Julián del Castillo, en su Historia de los godos dice que usaron bandas amarillas con dos leones rojos rampantes.
Desde un principio y hasta hace muy poco tiempo, la bandera ha sido un instrumento militar, que se llevaba al combate con una triple finalidad:
• Ceremonial: Dice a los demás quien es quien.
• Práctica: Dice donde estamos a nosotros mismos, marca la posición del jefe y sirve de referencia para realizar las maniobras en el combate.
• Espiritual: En la tela se representan los símbolos de aquello que se quiere defender, la razón de ser de esa fuerza.
Antonio Vallecillo, en sus Comentarios Históricos, dice:
"Como prenda de juramento, como señal de formación, como guía del combate, como punto de reunión y como llamada a reclutas..."
San Isidoro, en las Etimologías, las denomina "enseñas de guerra", porque con ellas se da a los ejércitos la señal de atacar y de retirarse. Por eso era tan importante defenderlas, porque si se perdían se perdía con ellas la posibilidad de dar y recibir órdenes, con lo que la acción de las tropas perdía mucho en efectividad. Especifica, además, que los Visigodos utilizaron como signos militares el dragón, el águila, el vexilum, la esfera y el manípulo.
El monarca castellano Alfonso X "el Sabio", (1221-1284), en su "Libro de las siete partidas", (1256-1265), las define:
"Señales conocidas pusieron antiguamente, que traxesen los grandes homnes en sus fechos, i mayormente en los de guerra, porque es fecho de gran peligro en que conviene que hayan los homnes mayor acabdillamiento, ca no tan solamente se han de acabdillar por palabra o mandamiento de los cabdillos, mas aun por señales".
Además de clasificarlas, dictó normas estrictas para su uso, debido a su proliferación.
Por eso, la historia de las banderas es una historia eminentemente de insignias militares, ya que su uso como representación de la nación es muy moderno, de mediados del siglo XIX.
Pero la bandera no es solo una señal o insignia: rápidamente adquiere con gran fuerza la representación de los valores y los intereses de los soldados que combatían con ellas. Las telas se llenan de motivos religiosos, y el hecho de vivir y morir defendiendo una bandera otorga a éstas una especie de "alma" que no poseen otros símbolos. Los Alféreces, abanderados, eran soldados escogidos.
La Orden Real de la Banda de Castilla, fundada en 1332 por Alfonso XI, constituyó hasta ya entrado el siglo XVI, la principal divisa de los reyes castellanos, así como el más apreciado distintivo, con el que éstos premiaban a sus servidores más ilustres. Consistía ésta en una banda puesta entre dos dragantes, pero sus colores han sido motivo de discusión entre los distintos autores, ya que sus estatutos no mencionan este punto.
Sabemos que los pendones de la banda usados por Enrique IV, los Reyes Católicos y Carlos V eran rojos con la banda y los dragantes dorados, pero en un principio también los hubo blancos con la banda negra, como podemos ver en los escudos, colocados por Pedro I en 1367, que decoran los Reales Alcázares de Sevilla o el que decora la bóveda del Alcázar de Carmona, también de la misma época. También muestran esta combinación las armas de algunos linajes de la nobleza castellana de aquel tiempo como las muy conocidas de los Zúñiga, las de los Carvajal o las de los Sandoval.
Cuando se unifican los reinos de España con los Reyes Católicos, estos utilizaron como pendón real uno rojo con una banda de oro rematada por cabezas de serpientes, mientras que el ejército usó una bandera carmesí cuartelada con los blasones de los reinos pertenecientes a España.
Aspa de Borgoña. Es una de las piezas mas importantes en la historia de la bandera en España. Tras el matrimonio de Doña Juana, hija de los Reyes Católicos, con el Archiduque de Austria Don Felipe "el Hermoso", se introdujo en las banderas españolas una pieza que, aunque de origen en parte extranjero, pues había sido utilizada por algunas milicias del norte de España, se convertiría más tarde en el símbolo hispano por antonomasia, pasando a tomar carácter secundario el color del paño donde será bordada: nos referimos a la "Cruz de San Andrés" o más propiamente, "Aspa de Borgoña". Este era el símbolo del Archiduque, ya que Austria estaba bajo el patronazgo de San Andrés, y lo traia bordado en sus banderas cuando vino a encontrarse con el Rey de Aragón y Regente de Castilla D. Fernando en El Remesal, Burgos. Se incorporó como divisa en los uniformes de los Arqueros de Borgoña y mas tarde a todo el ejército, pintado sobre los vestidos para distinguirse en los combates, pues en aquella época no existían aún los uniformes y los soldados vestían trajes civiles militarizados con petos protectores. Luego pasa a las banderas que, hasta nuestros días, llevarán los soldados de España.

CASA DE AUSTRIA.
Al entronizarse la Casa de Austria con Carlos I, en la primera mitad del siglo XVI, cada compañía lleva su propia bandera en la que figuraban, normalmente, las armas de su capitán sobre el Aspa de Borgoña. Para representar al Rey, solían llevar otra, la principal, que era de seda amarilla (uno de los colores de los Austrias) con el Escudo imperial bordado. La bandera principal la llevaba el mando del Tercio, que estaba formado por un número variable de Compañías, que podía llegar hasta 24.
Al acceder al trono Felipe II, ordenó que, además de las banderas de cada compañía, cada Tercio llevase otra en cabeza de color amarillo con las aspas de Borgoña en rojo.
Las unidades de Caballería llevaban las mismas banderas pero de tamaño más pequeño, llamadas estandartes.
Aparte de estas, abundaron las banderas con motivos religiosos, de tamaño normal en las unidades a pié, y de gran tamaño, como el estandarte de la Santa Liga de la batalla de Lepanto o el de Fernán Núñez.
En la segunda mitad del siglo XVII, Felipe IV estableció que las banderas de Tercio y Compañía fuesen iguales: rojas con una imagen de la Virgen. Aún con todo, continuaron usándose otras: rojas, blancas, a listas y a cuadros, todas con el Aspa de Borgoña, como podemos observar en la famosa obra de Velázquez "La rendición de Breda".
Hay que destacar un tipo especial de banderas que llevaban las unidades suizas al servicio de los Reyes españoles, cuyo distintivo particular eran las "Llamas", dibujos triangulares en forma de llama que llenaban el campo de la bandera y sobre los que se ponía el Aspa de Borgoña.
FELIPE V
Coincidiendo con la llegada del siglo XVIII, tras la Guerra de Sucesión subsiguiente al fallecimiento de Carlos II, se asentó en España la Casa de Borbón, cuyo primer monarca, Felipe V, cambió totalmente la filosofía y el diseño de las banderas de España.
Este Rey va a ser el primero que dará a España un símbolo unificado y propio, al poner, sobre tela blanca, el aspa de borgoña y el escudo. No es aún una bandera nacional, pero si es el primer atisbo. Las banderas se organizan en tres grupos:
- Estandarte o bandera real: Sigue siendo de color carmesí, con el escudo real completo bordado, añadiendo el escusón con las armas de Borbón, el Toisón de oro y el collar de la Orden del Espíritu Santo. También se emplea la antigua bandera-escudo que ocupa todo el paño con sus blasones.
- Banderas militares: Unifica el color al blanco y regula las piezas que debe llevar.
- Pabellón de marina: Blanco, con el escudo real.
Decretó para las unidades militares dos tipos de banderas:
• Bandera Coronela o principal, llamada así por ser la perteneciente al primer Batallón del Regimiento, cuyo mando ostentaba el propio Coronel. Sobre ella acabará poniendo el escudo real.
• Bandera Sencilla o Batallona, para el resto de los Batallones, blanca con las Aspas de Borgoña en rojo.
Para la Caballería, señalo que los estandartes fuesen encarnados, con el escudo real.
A la Artillería le asignó las mismas banderas que a la Infantería, a pesar de lo cual fueron utilizadas por este Arma otras de diferentes colores, fundamentalmente azul por los cuerpos a pié y carmesí por los montados.
La Armada debía llevar bandera blanca o morada, según el departamento marítimo a que perteneciera el buque o acuartelamiento ( Cádiz, Ferrol o Cartagena).
Ordenanzas "de Flandes", 10 abril 1702:
Se crea el Regimiento de las Reales Guardias Valonas: Coronela blanca con escudo Real sostenido por dos leones sobre aspa de Borgoña roja.
1718:
En 1718 los Regimientos destinados a la Guerra de Lombardia recibieron un nuevo modelo de bandera, cuyas Coronelas seguían siendo blancas, pero y las sencillas ya no eran multicolores, sino todas blancas, con el aspa roja de Borgoña, cuyos extremos están rematados por escudos con las armas del Regimiento y con un rótulo con el nombre del mismo paralelo al margen superior del paño.
1724:
Se ordena que desaparezcan de las banderas las imágenes y advocaciones religiosas.
Banderas Coronelas: Blancas, con el escudo de las armas Reales en su centro, rodeado por el collar del Toisón de Oro y el collar de la Orden del Espíritu Santo, y en las esquinas los escudos de los reinos o provincias correspondientes.
Sencillas: De color blanco, con el Aspa de Borgoña rematada con el escudo de los reinos o provincias. Su número, al igual que siempre desde 1704, quedaba fijado en 3 banderas por Regimiento, siendo Coronela la del primer Batallón y sencillas todas las demás. El reverso invertido. Dimensiones: 11 pies (entre 2 y 2’5 m). Las astas medían 3’5 metros.
La Artillería recibió en 1710 una Coronela blanca y varias sencillas azules, continuando con banderas de estos colores hasta 1861.
La Caballería usaba 1 estandarte cuadrado por escuadrón, de colores blanco, azul, verde o carmesí, con las armas Reales en una faz y en la otra un emblema regimental, mientras que los dragones, cuerpo equipado para combatir indistintamente tanto a pié como a caballo, usaban guiones, es decir estandartes terminados en dos puntas o farpas, siendo de destacar que casi todos sus regimientos usaban un guión Coronel blanco. En 1728 las R.O. dispusieron que todos los estandartes y guiones deberían en lo sucesivo ser encarnados, pero esta disposición fue incumplida hasta 1814, si bien si que se apreció un aumento en la proporción de rojos carmesíes, y en 1744 se ordenó la supresión de las imágenes de la Virgen en los guiones Coroneles de los dragones, con el fin de poder inclinarlos ante el Altísimo.
En cuanto a la Caballería de la Guardia, los Guardias de Corps recibieron 2 estandartes por compañía, rojos los de la 1ª, verdes los de la 2ª y amarillos los de la 3ª, todos con un emblema central con un navío iluminado por un sol y con el lema "SOLVIT FORMIDINE TERRAS"; este modelo siguió en uso hasta 1820, si bien a partir de 1812 todos serían rojos.
Los Carabineros Reales recibieron al ser creados en 1732 cuatro estandartes, uno blanco y tres azules, todos con el escudo de las armas Reales bordado en ambas faces.
Las Guardias Españolas recibieron en 1704 una Coronela morada, sembrada de lises de oro y con un gran castillo dorado en su centro, y una sencilla blanca por compañía, de diseño similar al de las Coronelas del ejército, es decir, inicialmente con el aspa roja, castillos y leones, y con las armas Reales desde aproximadamente 1715.
Las Guardias Walonas usaron Coronela blanca y sencillas azules, todas ellas de diseño similar al de las sencillas de las Guardias Españolas.
FERNANDO VI (1746-1759)
En 1748 comenzó a aparecer un nuevo modelo de Coronela para la Infantería de Línea, en el que el escudo Real, que aún es el mismo que usó Felipe V, figuraba entre dos grandes leones soportes coronados y colocado sobre el cruce de un aspa roja de Borgoña, cuyos extremos estaban rematados por escudos del Regimiento, similares a los de las banderas sencillas. Astas: 11 pies (3’06 m)
Estos leones se extendieron igualmente a las banderas de la Guardia Real, así como a las Coronela de Artillería y de Artillería de Marina.
En cuanto a las Milicias Provinciales, en 1754 se aceptó un nuevo modelo, cuyas Coronelas eran similares a las de Línea, con leones, pero sin el aspa ni los escudetes, pero parece ser que el mismo no tuvo aceptación, ya que todas los ejemplares conocidos corresponden aún al modelo del reinado anterior.
Las banderas sencillas continuaron mientras sin modificación alguna, con sus escudos angulares timbrados por coronas Reales en las de Línea, y ducales en los provinciales- sin más novedad que la de que en algunos casos ya no figuraba el nombre de la unidad escrito en la parte superior del paño.
Los Regimientos suizos, conforme a su nueva Ordenanza de 1749, utilizaron Coronelas blancas, con las armas Reales en su centro, y sencillas "del color de la divisa del regimiento con la cruz de Borgoña y en las esquinas, flámulas del color de los respectivos cantones"
La Armada sufrió algunos problemas a causa de la similitud de su bandera con las de otros monarcas, no siempre aliados, pese a ello se dispuso en 1748: "Por ahora usarán todos os navíos de la Armada la bandera ordinario nacional (blanca), con el escudo de mis armas, hasta que yo tenga a bien disponer otra cosa".
De su texto resulta curiosa la denominación de "Nacional" que se le da a esta bandera, siendo que entonces aún no se hallaba extendido el concepto de nación tal y como hoy lo entendemos.
1752: Se sustituye el sistema de medida francés por el español.
CARLOS III ( 1759-1788)
En 1760 Carlos III modificó el escudo de las armas Reales, suprimiendo el collar del Espíritu Santo, con lo que quedaba tan solo con el del Toisón de Oro, y añadió dos nuevos cuarteles, correspondientes a Farnesio (seis lises azules sobre oro) y Médicis (disco azul con tres lises de oro y cinco discos rojos, todos sobre oro).
La R.O. de 1768 dispuso la reducción en el número de banderas a 2 por batallón, en vez de las 3 anteriores, siendo en los Regimientos de línea una Coronela y una sencilla para su primer Batallón, y dos sencillas para el 2º, mientras que los Regimientos ligeros, formados por un único Batallón, serán solo una Coronela y una sencilla.
Todas las banderas de infantería y Milicias seguirían siendo blancas, pero las Coronelas ya con las nuevas armas Reales, sin aspa ni leones, y con un escudo del Regimiento en cada una de sus cuatro esquinas, timbrados estos por coronas ducales, salvo en aquellos casos en los que un Regimiento de línea y otro de Milicias tuviesen un mismo nombre (Regimiento Burgos, Sevilla, Murcia, etc.), en cuyo caso el de línea tendría corona Real.
Las sencillas serían de las nuevas medidas, con el aspa roja de Borgoña rematada por escudos idénticos a los de la Coronela, pero ya sin el rótulo con el nombre del Regimiento que figuraba en los modelos anteriores.
La Guardia Real prosiguió con sus peculiares banderas, pero adaptándose a las nuevas dimensiones, así como al nuevo escudo de las armas reales.
La Caballería y los Dragones continuaron respectivamente con sus estandartes y guiones, si bien el color carmesí se impuso totalmente en los guiones de dragones, mientras que en la caballería todavía siguieron utilizándose algunos blancos y azules, en la mayoría de los casos aún con las armas del anterior monarca en una de sus faces, ya que debido a la gran duración de sus damascos estos continuaban aún en perfectas condiciones de uso.
La Artillería continuó con su Coronela de 1748, que no abandonaría hasta 1808, mientras que de sus batallones, los antiguos siguieron con sus sencillas azules de Fernando VI, mientras que los de nueva creación recibieron otras similares pero de menor tamaño, conforme a lo decretado en 1762.
Al subir al trono el gran organizador Carlos III, observó que la mayoría de los países utilizaban pabellones en los que predominaba el color blanco (España, Francia, Gran Bretaña, Sicilia, Toscana...) y, dado que estaban frecuentemente en guerra entre sí, se producían lamentables confusiones en la mar, al no poder distinguirse si el buque avistado era propio o enemigo hasta no tenerlo prácticamente encima; por ello, encargó a su Ministro de Marina que le presentase varios modelos de banderas, con la única condición de ser visibles a grandes distancias. El Ministro convocó un concurso seleccionando doce bocetos de los presentados, los cuales mostró al rey. El Soberano eligió dos de ellos, a los que varió las dimensiones de las franjas, declarándolos reglamentarios el primero para la Marina de Guerra y el segundo para la Mercante.
Por Real Decreto de 28 de Mayo de 1785, dispuso:
"Para evitar los inconvenientes y perjuicios, que ha hecho ver la experiencia, puede ocasionar la Bandera Nacional de que usa mi Armada Naval y demás embarcaciones españolas, equivocándose a largas distancias o con vientos calmosos, con las de otras naciones, he resuelto que en adelante usen mis buques de guerra de Bandera dividida a lo largo en tres listas, de las que la alta y la baja sean encarnadas y del ancho cada una de la cuarta parte del total y la de enmedio amarilla, colocándose en esta el escudo de mis Reales Armas reducido a dos cuarteles de Castilla y León con la Corona real encima... ".
Más tarde, amplió el uso de esta bandera a todos los establecimientos dependientes de la Armada.
El Ejército continuó utilizando las banderas anteriores, excepto el Cuerpo de Ingenieros, que desde su creación usó bandera morada.
CARLOS IV (1788-1808)
Siguieron en uso las banderas del modelo 1768.
En 1808 se produjo la caída en desgracia de Godoy, y las Coronelas con su escudo fueron reunidas y quemadas en Madrid, volviendo cada Regimiento a recibir sus banderas anteriores.
También en 1802 se creó el Real Cuerpo de Zapadores Minadores, cuyas banderas se dispuso que fuesen moradas con castillos y leones alternando en sus esquinas, Coronela para el primer Batallón y sencilla para el 2º, ambas con una cinta ondulante blanca cargada de un rótulo con el nombre del Regimiento.
La Guardia Real continuó con sus banderas de Carlos III, mientras que la caballería y los dragones continuaban con estandartes y guiones, ya casi siempre carmesíes, con las armas del Regimiento en una de sus caras y las Reales en la otra, siendo de destacar el Regimiento del Príncipe, que usaba estandartes azules, y el de Dragones del Rey, que aún utilizaba un guión Coronel blanco con las armas del Conde de Monterrey.
GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (1808-1814)
A lo largo de la guerra (1808-1814), prácticamente todos los Regimientos se vieron forzados a renovar sus banderas, bien por haberlas perdido en combate, como debido a las sucesivas reformas a que fueron sometidos.
Estas nuevas banderas, en lo que respecta a los cuerpos regulares ya existentes antes de iniciarse la contienda, y dado que no se publicó ninguna nueva R.O., correspondían, en líneas generales, al modelo 1762. Pero cuando en 1812 se redujo la fuerza de todos ellos a tan solo 1 Batallón, con lo que deberían reducir sus banderas a tan solo la Coronela, se produjo la aparición de un nuevo modelo, no generalizado, en el que el escudo Real figura sobre el cruce del aspa roja de Borgoña, simbolizando tal vez la fusión en una sola de las anteriores Coronela y sencilla.
En cuanto a los nuevos Batallones y Regimientos creados durante la contienda, adoptaron banderas de diseños muy diversos, reutilizando incluso algunas viejas depositadas en iglesias, y aunque la mayoría usó banderas blancas, también las hubo negras, carmesíes y rojigualdas, así como que bastantes permanecieron por largos periodos sin bandera, dadas las especiales circunstancias del momento.
FERNANDO VII (1814-1833)
Reorganizado el Ejército en 1815, recuperaron los Regimientos de Línea su fuerza de 3 Batallones, recibiendo nuevas banderas blancas, 1 por Batallón: Coronela la del 1º y sencillas las del 2º y 3º. Respecto a las Coronelas, aunque todas seguían midiendo aproximadamente. 1´45 x 1´45 m. y tenían el escudo Real en su centro y el del Regimiento en sus esquinas, ahora había desaparecido la unidad de diseño existente hasta entonces, y encontramos unas similares al modelo 1762, otras con leones, aspa y escudetes, otras con las armas Reales rodeadas de banderas y trofeos, otras con cintas con el nombre del Regimiento bordado, etc.
Durante el Periodo Constitucional de 1821- 1823, tras la sublevación del General Riego, fue abolido el uso de las banderas, ordenando las Cortes la sustitución de todas las banderas y estandartes del por unas enseñas consistentes en un león de bronce que sostenía, con una de sus garras, el libro de la Constitución. Debido a la Guerra Civil que azotaba el país (1820-1823) esta medida no pudo llevarse a efecto, llegando a entregarse tan solo 1 león de bronce al 2º Batallón del Regimiento Asturias, por haber sido el primero que con el general Riego proclamó la Constitución de Cádiz en Cabezas de San Juan (1820). Finalizado este periodo, se volvió al uso de las banderas tradicionales.
En 1823 regresa Fernando VII al poder absoluto, decretando la disolución de todo el ejército y de la Milicia Nacional. A continuación crea varios Regimientos sin nombre con un número como única identificación, a los que dota de banderas Coronelas y sencillas, en unos casos nuevas, con una corneta y el número del Regimiento en sus esquinas, y en otras reutilizadas de los cuerpos de realistas que, creados en 1822, habían formado el llamado Ejército de la Fe, y reconducido a Fernando al poder absoluto.
ISABEL II ( 1833-1868)
En 1833 se entregó al nuevo Regimiento de la Princesa sus banderas, que tenían el privilegio de ser las tres Coronelas, y en 1835 al Regimiento Reina Gobernadora se le entregaron igualmente las suyas, con la peculiaridad de que el reverso de su Coronela, y las dos caras de sus sencillas, lucen en su centro una gran corona de laurel con el lema " LA REYNA GOBERNADORA A LOS DEFENSORES DE YSABEL II SIMBOLO DE LA LIBERTAD", en vez de las armas Reales o el aspa roja de Borgoña.
Los demás Regimientos continuaron con sus banderas anteriores, todas blancas menos las moradas del Regimiento del Rey, hasta la conclusión de la guerra Carlista (1833-1840), y en 1841, al ser reorganizado el ejército fueron muchos los Regimientos que renovaron sus banderas por otras similares a las anteriores, y con la única novedad de que sus corbatas tienen ahora flecos, detalle del que habían carecido hasta entonces.
El 6 de Junio de 1842 se autorizó que de los Batallones de Milicias de Castilla y de Valencia, pudiesen usar Coronelas moradas.
La Artillería siguió con su Coronela blanca y sencillas azules, los ingenieros con las suyas moradas, y la caballería con sus estandartes y guiones carmesíes.
GOBIERNO PROVISIONAL(1868-1871)
Durante el Gobierno Provisional se dispuso que en el escudo se sustituyese la corona real por otra mural, que se añadiesen a sus dos lados las columnas de Hércules, y que el cuartelado fuese de Castilla, León, Navarra y Aragón, pero no conocemos ninguna bandera militar en la que esto se cumpliese en su totalidad, aunque sí algunas banderas de voluntarios de Cuba adoptaron el nuevo cuartelado, sin lises, pero con la corona Real.

AMADEO I(1871-1873)
Amadeo de Saboya volvió al modelo de 1843, pero dispuso que el escusón central de las lises se sustituyese por otro de la casa de Saboya, rojo con una cruz blanca. De este modelo solo conocemos 2 banderas de Ingenieros y otras 2 del Regimiento Bailén.

PRIMERA REPÚBLICA (1873-1874).
La Primera República dispuso la supresión de todos los símbolos reales de los escudos, corona, y lises, y aunque se proyectó la adopción de una nueva bandera tricolor, roja, blanca y azul, al final esta no se modificó.

ALFONSO XII Y ALFONSO XIII (1875 - 1931)
Con el regreso a España de la casa de Borbón, todo continuó como en 1843, incluidas las excepciones en el uso de las banderas rojigualdas, siendo únicamente destacable la reducción en el número de banderas a tan solo una por regimiento, por R.O. del 31-XII-1904, debiendo conservar en uso cada Regimiento la de su batallón que tuviese la corbata de San Fernando, y en caso de duda la del 1º.
A partir de entonces muchos Regimientos desbordaron el indicativo del número del Batallón en su bandera, y aquellos que la recibieron nueva lo hicieron ya con la inscripción de tan solo el nombre y el número del Regimiento.
Hacia 1923 algunos cuerpos del Ejército de Africa recibieron unas peculiares banderas rojigualdas, de aproximadamente 1x1m, con flecos dorados al canto, el emblema del arma en una de sus caras, o en las esquinas del paño, y con su vaina discontinua, detalle este nunca visto en España hasta entonces.
II REPÚBLICA (1931-1936)
El 14 de Abril de 1931 fue derrocada la Monarquía y proclamada la 2ª República, viéndose ya desde el primer momento banderas tricolores, roja, amarilla y morada, simbolizando al nuevo régimen, en vez de la anterior rojigualda, considerada entonces monárquica.
Oficialmente fue adoptada el 27 de Abril, y el 6 de Mayo fue descrita con carácter general para el ejército, como formada por tres franjas horizontales de la misma anchura, respectivamente roja, amarilla y morada, con el escudo adoptado en 1868 por el Gobierno provisional en su centro (cuartelado de Castilla, León, Aragón y Navarra, con la Granada en punta, timbrado por corona mural y entre las dos columnas de Hércules), rodeado por inscripción bordada con el nombre de la unidad, siendo negras las letras que figuraban en su mitad superior, y blancas las que se sitúan sobre la franja inferior morada. Otra novedad son sus menores dimensiones, de tan solo 1 x 1 m., así como la presencia de flecos dorados en el contorno de todas ellas, detalle hasta entonces solo apreciado en algunas banderas del Ejército de Africa.
No podemos pasar por alto los dos grandes errores en los que se incurrió con este cambio:
1º: La Bandera Bicolor no era la bandera monárquica, como lo demuestra el hecho de que en los Decretos Reales, al referirse a ella, se emplea el termino de BANDERA NACIONAL, existiendo aparte el Pendón Real el cual sí era privativo del monarca y que, curiosamente, en la época de Isabel II era de color morado.
2º: El Pendón de Castilla no es morado, sino carmesí. La confusión existente acerca del color del pendón castellano nació en el siglo XIX, cuando una de las múltiples sociedades secretas, que tanto proliferaron en aquella época, tomó el nombre de "Comuneros" y adoptó el color morado como distintivo, sin que tuvieran ninguna relación con los verdaderos Comuneros que, cuatro siglos antes, habían enarbolado el pendón carmesí en Villalar.

GUERRA CIVIL (1936-1939)
Bando Gubernamental
Inmediatamente después de iniciarse la guerra, se decretó el licenciamiento de toda la tropa y la supresión de todos los regimientos del Ejército, aun incluso de aquellos que habían permanecido fieles a la república, dejando así de utilizarse en dicho bando las enseñas reglamentarias correspondientes al modelo 1931.
El lugar del ejército fue reemplazado inicialmente por los numerosos cuerpos de milicias creados por los distintos partidos políticos, los cuales adoptaron casi siempre banderas rojas, o rojinegras en el caso de los anarquistas, con el nombre de la unidad bordado, y en muchos casos simplemente pintado, en letras blancas o amarillas. En estas banderas, que podríamos llamar de emergencia, por haber sido confeccionadas con gran premura dadas las circunstancias, no era tampoco extraña la presencia de emblemas de carácter partidista, como la hoz y el martillo, un puño cerrado, o el escudo de algún sindicato.
Este mismo tipo de enseñas fue adoptado también inicialmente por los batallones de Internacionales, distinguiéndose estas por la presencia de lemas escritos en su lengua de procedencia.
Por sucesivas disposiciones del 28 y 30 de Noviembre, y 4, 7 y 16 de Octubre de ese mismo año de 1936 se decretó la formación del llamado ejército Popular, mediante la conversión de todas las milicias y voluntarios en Batallones reglamentados, agrupados de 4 en 4 en las llamadas Brigadas Mixtas. Simultáneamente, y para a lograr la ansiada unidad se dispuso que en adelante volviese a utilizarse únicamente la bandera tricolor republicana, con el nombre de la unidad bordado alrededor de su escudo central, el cual en ocasiones no sería el cuartelado, sino otros emblemas, tales como el "emblema antifascista de Madrid" que figuraba en las banderas dadas por el General Miaja a las Brigadas Internacionales.
Pese a tal disposición fue muy frecuente el que bastantes unidades siguiesen usando además "extraoficialmente" sus anteriores banderas cargadas de recuerdos y dedicatorias.
Bando Nacional
Inicialmente se continuó con la tricolor republicana, pero ya en Pamplona el 18 de Julio pudo verse a algunos requetés con la bandera rojigualda. El 29 de Agosto se restableció oficialmente el uso de dichos colores, medida que se amplió el 19 de Septiembre por otra en la que se indicaba como la bandera nacional volvía a ser la rojigualda anterior a 1931, pero con el actual escudo en su centro (el republicano) y sin que "por ahora" llevasen inscripción alguna.
En la práctica los Regimientos veteranos se limitaron a ocultar con una franja de paño rojo la morada de sus banderas y estandartes de 1931, dando así lugar a un curioso modelo de enseña rojigualda, con sus tres franjas de la misma anchura y el escudo republicano en su centro. Solo las nuevas unidades construyeron nuevas banderas rojigualdas, con su franja central el doble de ancha que las extremas, y con el escudo de 1931 en su centro, siendo ignorada, en la mayoría de los casos, la indicación de que no se colocasen inscripciones a su alrededor.
En cuanto a las Milicias de Falange y Requeté, si bien los primeros usaron inicialmente sus propias banderas rojinegras, los segundos adoptaron ya desde el comienzo y de forma casi unánime, la bandera rojigualda, cargada, eso sí de imágenes religiosas y escudos Reales.
Resulta curiosa en este periodo la gran proliferación de banderines y guiones de mando, de colores y diseños sumamente diversos, y casi siempre carentes de toda reglamentación.
El 2 de Febrero de 1938 se dispuso que en adelante el escudo central de las banderas y estandartes sería el de los Reyes Católicos, que por el momento quedó identificado como el mismo republicano, pero timbrado por corona real abierta y colocado sobre el pecho del águila negra de San Juan. Pese a ello casi todas las unidades continuaron con sus anteriores enseñas hasta el final de la contienda.

ESTADO ESPAÑOL:GOBIERNO DE FRANCO (1939-1975)
Concluida la Guerra, y pese a la reorganización del Ejército, muchos cuerpos continuaron, de momento con sus rojigualdas improvisadas en el 36, pero a partir de 1940 comenzaron a entregarse nuevas enseñas, cuya principal novedad consistía en que el escudo que figura sobre el águila ha adquirido nuevos cuarteles, convirtiéndose en el mismo que adoptaron los Reyes Católicos tras la toma de Granada, tal y como se dispuso, pero se incumplió, en 1938 y las columnas de Hércules se desplazan hasta fuera de las alas.
El 26 de Julio de 1945 se decretó la supresión de los guiones de mando, que tanto habían proliferado durante la Guerra Civil, y el 11 de Octubre se publicó un detallado reglamento de banderas, que fijaba el modelo de bandera rojigualda ya en uso, pero definiendo mejor sus detalles, destacando un mayor estilizamiento del águila de San Juan, hasta entonces algo rechoncha, así como el nombre de la unidad, que bordado en letras negras volvía a figurar oficialmente (pues extraoficialmente ya lo había hecho) alrededor del escudo central.

REINADO DE JUAN CARLOS I
Desde la muerte de Franco, en 1975, y hasta 1977, se prosiguió con el reglamento de 1945.
El 21 de Enero de 1977 se aprobó un nuevo reglamento que difería del anterior tan solo en que el águila tenía sus alas mucho más abiertas, (águila "pasmada"), las columnas de Hércules vuelven a colocarse dentro de las alas, y la cinta con el lema UNA GRANDE LIBRE se desplaza del cuello del águila, para situarse por encima de su cabeza. No se construyeron muchas banderas con este escudo.
Por último, y tras la restauración de la Casa de Borbón en el Trono español, en la persona de S.M. D. Juan Carlos I, se publicó en 1978 la Constitución Española, cuyo artículo 42 en su apartado 12, dice:
"La Bandera de España está formada por tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas".
El 5 de octubre de 1981, la Ley 33/1981, (BOE nº 250, de 19 de octubre de 1981) define el nuevo Escudo de España.
El 28 de octubre de 1981, la Ley 39/1981, de 28 de octubre (BOE nº 271, de 12 de noviembre), sobre el uso de la bandera de España y de otras banderas y enseñas, dice en su artículo 2.2: "En la franja amarilla se podrá incorporar, en la forma que reglamentariamente se señale, el escudo de España".
El 20 de Octubre de 1982 se ordenó que todas las banderas que tuviesen menos de 50 años (es decir, todas menos la de la Academia General Militar) fuesen sustituidas por otras nuevas del modelo 1981, cuya diferencia con el anterior consiste en que el escudo del águila ha sido sustituido por otro cuartelado de Castilla, León, Aragón y Navarra, con la Granada en punta y el escusón central de la casa de Borbón, timbrado por corona Real y entre con las columnas de Hércules a sus costados.
Debe recordarse que no existe un Escudo constitucional, sino una bandera constitucional, que es la bandera sin escudo, ya que el Escudo de España no aparece en la Constitución, sino en una Ley posterior.

En recuerdo a nuestro abanderado Angel, y para instrucción de los españoles vi´ctimas de la LOGSE.
Regeneración

jueves, 13 de octubre de 2011

Aspecto religioso de la Defensa del Alcázar de Toledo

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Aspecto religioso de la Defensa del Alcázar de Toledo

 

Publicado en el suplemento de Historia en Libertad,www.religionenlibertad.com


Angel David Martín Rubio



Texto de la conferencia pronunciada en el ciclo conmemorativo del 75 Aniversario de la Hermandad de Nuestra Señora Santa María del Alcázar. Madrid, 1 de junio y Toledo, 15 de septiembre de 2011.


Excmo. Sr. Gral. Piñar

Excmos. Sres., jefes, oficiales y suboficiales

Señoras y señores

Quiero comenzar dando las gracias más sinceras a la Hermandad de Nuestra Señora Santa María del Alcázar y a su Hermano Mayor, General de Infantería D. Blas Piñar Gutiérrez por la invitación a participar en este ciclo de conferencias conmemorativo del 75 Aniversario de la defensa del Alcázar de Toledo y de la propia constitución de la Hermandad.

Como nieto de uno de los defensores y caído por Dios y por España en otro de los asedios más gloriosos de nuestra guerra, el de Belchite, me siento particularmente vinculado a este otro episodio, el de la fortaleza toledana, en el que se manifestaron las mismas virtudes de patriotismo y religiosidad que llevaron a definir al citado pueblo aragonés como alcázar de adobe, evocando así una idea importante. Fueron los pechos de sus defensores y de la población civil que colaboró con ellos los que convirtieron los sillares de cantería granítica de Toledo o las humildes paredes de tapial de Belchite y tantos otros lugares de España en baluartes capaces de resistir hasta lo inverosímil.

Son aplicables a este respecto las palabras de Judas Macabeo recogidas por el autor sagrado en el Antiguo Testamento:

«Es fácil que muchos caigan en manos de pocos, pues al Cielo lo mismo le cuesta salvar con muchos que con pocos; la victoria no depende del número de soldados, pues la fuerza llega del cielo. Ellos vienen a atacarnos llenos de insolencia e impiedad, para aniquilarnos y saquearnos a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, mientras que nosotros luchamos por nuestra vida y nuestra religión. El Señor los aplastará ante nosotros. No les temáis» (1 Mac 3, 18-22).

*


«Fue un miliciano quien dijo una de las verdades más crudas sobre la guerra española, a través de una emisora que incitaba a la rendición a los héroes del Alcázar. En aquel combate verbal, tan frecuente como meridional y pintoresco, entre dos posiciones de nuestros frentes, después de unos días de silencio, se oyó de nuevo la voz zafia del miliciano que dejó caer estas conocidas palabras, merecedoras, por venir sin duda desde lo más hondo de nuestra alma popular de grabarse en oro de la mejor ley: “Vosotros por creer en Dios, y nosotros por no creer en Él, en menudo “fregao” nos hemos metido”»[1].

Sirva esta anécdota aducida por Vicente Marrero en el prólogo a La guerra española y el trust de cerebros para situarnos en el escenario de nuestra intervención, el asedio y defensa del Alcázar, y en la perspectiva desde la que vamos a ocuparnos de él: el aspecto religioso.

Aspecto religioso que junto a matices muy variados resulta imprescindible para caracterizar a la contienda española de 1936 como venía ocurriendo en nuestras más significativas guerras intestinas desde el siglo XIX. La guerra española fue, sobre todo, una guerra entre los que querían conservar su fe cristiana y los sin Dios. Fue una guerra eminentemente espiritual que resultó Cruzada por los valores que en ella se atacaron y defendieron. Y el Alcázar de Toledo fue «punto culminante de dicha guerra», en palabras del Cardenal Gomá, por eso tiene pleno sentido hablar de los aspectos religiosos de su defensa que van mucho más allá de la particular vida de piedad de los asediados.

El primero de los prelados españoles en usar la palabra “Cruzada” en un documento oficial, fue el Arzobispo de Zaragoza D.Rigoberto Domenech en una circular de 29 de agosto de 1936 en la que se afirmaba: «Ha transcurrido poco más de un mes desde que nuestro glorioso Ejército, secundado por el pueblo español, emprendió la presente cruzada en defensa de la patria y la religión»[3]. El 30 de septiembre del mismo año, un día después de la visita del general Franco a las ruinas del Alcázar y un día antes de su proclamación como jefe del Estado, el obispo de Salamanca D. Enrique Pla y Deniel, fundamentaba teológicamente la cuestión en su pastoral Las dos ciudades que contiene afirmaciones tan rotundas como ésta: «La explicación plenísima nos la da el carácter de la actual lucha que convierte a España en espectáculo para el mundo entero. Reviste, sí, la forma externa de una guerra civil, pero en realidad es una cruzada»[4].


A estas alturas en que nos encontramos, 75 años después de aquellos sucesos, en un momento en que la palabra y el concepto mismo de “cruzada” resultan ante los ojos de todo el mundo civilizado como un anacronismo medieval o, todo lo más, como bandera bajo la que se esconden intereses más turbios de dominio territorial o económico cabe preguntarse: ¿Conviene este término “Cruzada” al resurgimiento y primacía de lo espiritual que reclamaron “in extremis” los españoles en 1936-1939? ¿Existió ese resurgimiento y primacía de lo espiritual? ¿O tienen razón los que han querido despojar a nuestra guerra de su carácter de Cruzada, ya sean los marxistas, los liberales, los partidarios de la tercera España o los sedicentes católicos defensores de la libertad religiosa y del Estado neutro?


Volvamos al escenario del Alcázar toledano para encontrar respuesta a estas preguntas. Y lo haremos centrando nuestra atención en tres perspectivas:

La vida religiosa de los defensores del Alcázar

La visita del Canónigo Vázquez Camarasa a los sitiados

Toledo, ciudad mártir

La vida religiosa de los defensores del AlcázarComo es bien sabido, el primer libro sobre el asedio del Alcázar lo publicó el jesuita Alberto Risco en los primeros meses del año 1937 con el título La epopeya del Alcázar de Toledo. Junto con el folleto titulado Rezábamos en el Alcázar, escrito por Andrés Marín y Martín y fechado el 15 de octubre de 1936, son dos de las fuentes principales para conocer las manifestaciones de la vida religiosa de los defensores del Alcázar. Espigamos algunas noticias tomadas de estas fuentes y en primer lugar las frases recogidas por el padre Risco de labios del propio General Moscardó:

«Lo primero que le digo es que en el Alcázar todo fue un milagro. La Providencia de Dios en todo momento sobre nosotros […] Le repito que todo en el Alcázar ha sido obra de la Providencia de Dios; continuo milagro. Milagro, el que encontrásemos en unos depósitos del Banco mil sacos de trigo y que en varias salidas nocturnas los pudiésemos transportar al Alcázar. Milagro, el que, nos viésemos obligados a trasvasar el agua del aljibe para cerciorarnos que no nos faltaría. Milagro, el que, en medio de aquel ambiente saturado de trilita y de minas, todas las mujeres y niños hayan salido sanos y salvos. Milagro, el que, hallándome un día reunido con mi Estado Mayor en mi despacho, nos tiraron con el 15,5, quedase destrozado el gabinete y nosotros resultásemos ilesos. En fin, todo un continuo llover milagros sobre nosotros»[5].


No menos explícito era el teniente coronel jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Toledo, Pedro Romero Basart: «Nos sostenía la fe; estábamos convencidos todos de que contábamos con la Providencia de Dios, que Dios estaba con nosotros y podía salvarnos, y nos salvaría cuando Él quisiera»[6].

Referencias explícitas a la Providencia divina se encuentran también en el periódico El Alcázar editado desde el 26 de julio por los mismos defensores y en cuyo número correspondiente al 8 de agosto aparecieron los estatutos de la Hermandad de Santa María del Alcázar que «tendrá por misión espiritual el mantener vivos y fuertes los lazos tan estrechamente anudados en el sufrimiento»[7].


El ya citado Andrés Marín, junto al Capitán de Caballería José Sanz de Diego y el Comandante de Infantería Víctor Martínez Simancas, se convierten en organizadores de la vida piadosa litúrgica del Alcázar. Función especialmente necesaria pues no quedó ningún sacerdote entre los asediados. Sí hubo cinco religiosas, hijas de la Caridad, pertenecientes a la comunidad religiosa que estaban al cuidado de la Enfermería del Alcázar desde hacía veinticinco años y que allí prestaron inestimables servicios sanitarios y espirituales: Sor Josefa Barbel (superiora), Sor Toribia Navarro, Sor Emilia Rodríguez, Sor Inés Berdaguer y Sor Clotilde Gobar. Aunque fueron invitadas por la superiora del Hospital de Toledo a unirse a ellas, las cinco decidieron quedarse en el Alcázar. El 21 de julio se dijo en la capilla de las Hermanas la Misa de costumbre, que iba a ser la última hasta que celebrase otra el canónigo Vázquez Camarasa en las circunstancias que expondremos más adelante. Celebró el Arcediano de la Catedral D.Rafael Martínez Vega, asesinado el 30 de julio[8]. También se hicieron presentes varios sacerdotes que confesaron a los primeros grupos de jóvenes concentrados en la explanada del Alcázar. Ninguno de estos sacerdotes permaneció en la fortaleza porque acudieron solícitamente a desempeñar sus ministerios en la ciudad pensando que les iba a ser posible y porque nadie podía prever un desarrollo de los acontecimientos como el que iba a tener lugar.

En lo que a la vida religiosa de los sitiados se refiere, escribe Andrés Marín:


«Nos preocupamos desde el primer momento y siempre con la aquiescencia y la satisfacción del mando, en organizar cultos colectivos que elevaran el espíritu de los asediados al levantar su corazón a Dios y al cifrar su esperanza en la protección maternal de la Santísima Virgen.

Desde los primeros días del asedio se rezaba a diario el Santo Rosario en dos turnos; los miércoles y viernes se hacía el Vía Crucis por las actuales necesidades de España, empleando el que compuso D.Emiliano Segura, después de introducir en él ligeras modificaciones para adaptarlo a nuestra situación; se hicieron “Rosarios perpetuos” turnos de media hora, de día y de noche, con motivo de la festividad de la Asunción de la Santísima Virgen, de su Natividad y en la fiesta de Nuestra Señora de las Mercedes, Patrona de la Redención de Cautivos; y se sucedían las novenas a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, a la Santísima Virgen del Sagrario, Patrona de Toledo, al Sagrado Corazón de Jesús, a la Virgen de la Medalla Milagrosa, al Amor Misericordioso y a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro […]

En grupo reducido se hacían a diario la meditación del año Cristiano del P.Croisset, y se rezaban el Rosario de las Llagas y las Oraciones de San Gregorio, en sufragio de nuestros difuntos»[9].


En cuanto al lugar para la oración común, pronto hubo que abandonar la capilla y trasladarse a un sótano dedicado entonces a almacén. Allí se improvisó un altar presidido por la imagen de la Inmaculada y ornamentado con tapices de la Academia de Infantería. Junto a ella, una magnífica oleografía que manos femeninas adornaron con una bandera bicolor y una corona imperial. La amenaza de la mina con la que los sitiadores pretendían volar el Alcázar, hizo que poco antes de la liberación, la capilla fuera traslada a la antigua enfermería que también había tenido que ser evacuada.

A partir de la explosión del 18 de septiembre, ya no hubo realmente ninguna dependencia destinada a capilla y, entre los escombros, entre los muros derrumbados del primitivo botiquín, colocaban a las horas del rezo colectivo, el crucifijo de la capilla y unas estampas de la Virgen y allí rezaban las devociones acostumbradas.


 
Ya hemos aludido a la imagen de la Virgen Inmaculada que la devoción de los sitiados empezó a llamar Nuestra Señora del Alcázar. De ella dijo más tarde el Cardenal Gomá, Arzobispo de Toledo:

«¿La clave secreta de tanto heroísmo? Nos la revelan los mismos héroes. La Señora del Alcázar. Era la Señora de sus pensamientos, la inspiradora de su gesta, la Madre próvida en cuyas manos se habían entregado como hace cada hijo con la suya. “Bella como la luna”, “radiante como el sol”, “terrible como ejército dispuesto para el combate”, la Madre de Dios del Alcázar, “la Virgen del Alcázar” —porque así la conocerá la historia— era como el soporte de aquella máquina espiritual que no querrá rendirse ante las fuerzas conjugadas de todas las máquinas de guerra modernas. La Virgen del Alcázar, que tenía en sus manos el pensamiento y el corazón de aquel puñado de bravos, triunfó de todo y de todos»[10].

Tras la explosión de la mina, la imagen fue recogida bajo los escombros sólo con ligeras rozaduras y algunos desperfectos en los angelitos que la rodean. Desde entonces quedó reservada en una de las habitaciones relativamente seguras que quedaban en el Alcázar de donde la sacaron el 28 de septiembre para llevarla a su altar, instalado en una de las galerías de los subterráneos, y ante Ella se celebró la primera Misa tras la liberación. Desde entonces, Nuestra Señora del Alcázar recibe culto en la Catedral toledana a la que fue inmediatamente trasladada.

Ejemplo y símbolo de la vida religiosa de los asediados fue Antonio Rivera Ramírez, presidente de la Juventud de Acción Católica de Toledo, el Ángel del Alcázar, quien merecería sobradamente el tiempo de toda esta intervención para hablar de su vida y virtudes antes, durante y después del asedio de la fortaleza toledana y de quien únicamente nos vemos obligados a hacer una breve reseña[11].

A los dieciséis años fue presidente de la Federación de Estudiantes Católicos, y poco después es nombrado presidente de la Juventud de Acción Católica de Toledo. En tres años fundó treinta centros con tres mil afiliados. Antonio tiene en su vida dos notas peculiares que le hacen ejemplar para los jóvenes de hoy: su condición seglar y su vocación por la tensión y la lucha como camino de santidad.

 
 
Con ocasión del Alzamiento Nacional y de la revolución en julio de 1936 se incorporó al Alcázar como voluntario y por su extremado valor y caridad heroica mereció el apelativo de Ángel del Alcázar. Si hasta ahora había sido modelo de la Juventud de Acción Católica por su alegría, afán apostólico y vida de piedad ahora demostró serlo también de patriotismo, espíritu de sacrificio («La Patria no admite regateos»), confianza en el triunfo («Dios nunca fracasa, acatando su voluntad se triunfa» y valentía («Valiente, valiente ese muchacho», dijo de él el Coronel Moscardó).

«Siguió como siempre: apóstol, pero además soldado. Un buen soldado. Pasaba horas y horas frente a la mirilla de su puesto de centinela, el mosquetón cargado, las bombas a la mano, el oído y la vista fijos en el enemigo. […] Su heroísmo era cristiano sublimado por el precepto divino del amor a los enemigos. Era opinión suya, tenazmente defendida y propagada entre sus amigos y compañeros de armas, que la guerra lejos de borrar la caridad, había de aumentarla. Concebía que se podía atacar y combatir sin que la hiel del odio invadiera el alma.

— “Tirad, pero tirad sin odio”, repetía con insistencia a sus compañeros de parapeto»[12].


El 18 de septiembre intentó rescatar una ametralladora y le volaron el brazo izquierdo que tuvo que serle amputado. Al liberarse el Alcázar pudo volver a su casa en estado gravísimo («Estoy muy contento. Ahora puedo decir como Jesucristo: no hay parte de mi cuerpo que no me duela») y entregó su alma a Dios el 20 de noviembre de 1936. Al igual que los mártires dio la vida por Cristo pero de otra manera muy distinta a la que en sus deseos se había forjado. «Joven de Acción Católica: Mírate como en espejo en la vida y en la muerte de este héroe. Aprende en ellas las lecciones de la vida cristiana de verdad», dijo el Cardenal Gomá.

A partir de su muerte los reconocimientos a su obra fueron constantes; además de numerosos homenajes, de la publicación de varias biografías y de la dedicatoria de diversas instituciones con su nombre, su estatua figura entre los representantes de la España cristiana que se encuentran a los pies de la imagen del Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles. La ejemplaridad de su vida y de su muerte llevó a la Jerarquía Eclesiástica a abrir su proceso de beatificación el 10 de enero de 1962.


La visita del canónigo Vázquez Camarasa a los sitiados

Pasamos a ocuparnos a continuación, de uno de los episodios que ha sido objeto de discusiones y juicios contradictorios: la visita del Canónigo Vázquez Camarasa a los sitiados. Para que cada uno pueda sacar su propia conclusión, trataremos de exponer los hechos de la manera más objetiva posible a partir de los testimonios disponibles[13].


El 8 de septiembre se hizo saber a los defensores que el comandante Vicente Rojo solicitaba de parte del Gobierno de Madrid la celebración de una entrevista con el Coronel Moscardó que tuvo lugar al día siguiente. El jefe de los defensores aprovechó la ocasión para pedir el envío de un sacerdote para la asistencia religiosa de los combatientes, heridos y familiares. El Gobierno accedió, enviando al canónigo de Madrid Enrique Vázquez Camarasa (Almendralejo, 1880 - Burdeos, 1946) que según manifestó él mismo a un periodista: «no estaba preso cuando el Gobierno de Madrid le confió la misión que había de llevarle al Alcázar, ni lo había estado antes. Su designación fue debida a la notoriedad de que disfrutaba como orador y a la conveniencia de que el enviado fuese conocido de los sitiados»[14].


Vázquez Camarasa entró en el Alcázar el 11 de septiembre a las nueve de la mañana. Disponía de tres horas para cumplir su misión y los hechos, en sustancia, se desarrollaron así.

Desde la puerta de Carros, le conducen al despacho del Coronel Moscardó donde hay un intercambio de preguntas y respuestas por ambas partes. Más tarde, celebra la Santa Misa a la que asiste el personal franco de servicio y los no combatientes. Las palabras que les dirige, revistieron la tremenda solemnidad de una excitación a bien morir a aquellos que se esperaba iban a perecer bajo la mina preparada en los cimientos del Alcázar. Por la imposibilidad absoluta de confesar a todos dio la absolución general y, después, distribuyó la Sagrada Comunión, según precisa el propio Moscardó «amí, a mis Ayudantes, a algunos Jefes y Oficiales, Hermanas de la Caridad y algunas señoras»[15].

A continuación se organiza la procesión con el Santísimo para llevar la comunión a la enfermería. Momento que todos los testigos coinciden en describir como de los más emocionantes, verdadera reacción del espíritu que sostenía a aquellos héroes expresado entre cantos eucarísticos, lágrimas y el fervor de los heridos

Finalmente, de regreso al despacho del Coronel, se reproduce la conversación. Allí, la hija del teniente coronel Romero confirma la voluntad de permanecer con los defensores y de correr la misma suerte que había decretado para ellos el Gobierno republicano: morir sepultados bajo los escombros del edificio antes que rendirse:

«¿Coaccionadas nosotras? ¡No! He hablado de este asunto con todas las mujeres del Alcázar y todas piensan como yo. O salir libres con nuestros esposos y con nuestros hijos, o morir abrazadas a ellos entre las ruinas; pero solas… ¡nunca!»[16].


Con las mismas formalidades, le acompañan a la salida y es devuelto en compañía de los sitiadores.

El periódico de los sitiados, El Alcázar del 11 de septiembre recoge la impresión producida por la visita de Camarasa, lamentando que el sacerdote no hubiera permanecido entre los sitiados:

«Con motivo de la estancia del último parlamentario que visitó nuestro glorioso Alcázar, nuestro Coronel indicó que desearía al igual que el resto de las fuerzas de nuestro glorioso ejército, tuviésemos la debida asistencia religiosa y que si había algún sacerdote que quisiera ejercerla viniese para ser nuestro Capellán, el Gobierno de Madrid dejó que por espacio de tres horas pudiéramos disponer de un sacerdote y aun cuando esta no era la aspiración del mando puesto que ella significaba lo que era y será con nuestro triunfo tradición en nuestro Ejército de disponer entre sus servicios de religioso [sic], ello nos ha permitido hoy tener unos actos alegres y consoladores…».

Pero la nota concluye insistiendo únicamente en los aspectos positivos para la moral de los sitiados:

«Una alegría inmensa y un aliento más para reforzar el de nuestros ideales y una fraternidad más estrecha entre todos para unirnos con los lazos más sólido: los de la fe y el patriotismo. Terminó el acto con la nota de alegría de dos bautizos. Un día de los muchos que vivirán perennes en nuestro recuerdo y un acrecentamiento en nuestra gratitud para esa amorosa providencia de Dios, que tantas veces se nos muestra a través de nuestros esfuerzos y luchas por los intereses de Dios y de España»[17].


Para la mayoría de los historiadores, la presencia del Canónigo Vázquez Camarasa —sin olvidar la importancia espiritual de la misión que llevó a cabo— se sitúa en el contexto de las acciones psicológicas y morales emprendidas para intentar la sumisión de los defensores: la conversación telefónica con Moscardó el 23 de julio y la amenaza de muerte a su hijo, asesinado después el 23 de agosto, la visita del comandante Vicente Rojo, las gestiones diplomáticas de Núñez Morgado y el mensaje del Gobierno a través de la Cruz Roja. «Cinco tentativas que no sirvieron sino para demostrar la incapacidad de los sitiadores para el asalto directo y que, de manera refleja, levantaron la moral de los sitiados al percatarse de la importancia de su resistencia»[18].


Toledo, ciudad mártir

Mientras en el Alcázar se escribía una epopeya incomparable, la ciudad y la diócesis entera de Toledo era presa de tragedia horrenda. Una parte de las milicias estaba constituida por hombres de los partidos del Frente Popular locales y provinciales e incluso de otras provincias. Formaban grupos pequeños y sanguinarios que ostentaban nombres rimbombantes y que se caracterizaron por su cobardía frente al enemigo y su crueldad en la retaguardia[19].

El historiador norteamericano Cecil D. Eby afirma que desde el 23 de julio bandas de milicianos recorrían las calles cogiendo “fascistas” y curas. Los primeros eran encerrados para interrogarles y los segundos asesinados donde se les encontraba. «Los hombres de unidades tales como “Batallón Exterminio” y “Grupo Venganza” parecían guiados por reglas simples. La principal era: “Matar a cualquiera que vistiese sotana, los frailes primero”»[20]. Los propios jefes de Estado Mayor de la “Columna Toledo” dejan ver este clima de terror en sus informes.

El más sonado de los fusilamientos practicados en Toledo mientras se atacaba el Alcázar tendría lugar la noche del 22 al 23 de agosto. Un avión nacional había logrado situarse a escasa altura sobre el patio central del Alcázar y dejado caer con éxito un saco de víveres y un mensaje alentador. En cambio, un intento de la aviación gubernamental para bombardear la fortaleza tuvo fatales resultados para los sitiadores, varios de los cuales murieron al caer las bombas extramuros de la fortaleza. Aquella misma noche era asaltada la cárcel por turbas de milicianos que se hicieron cargo de las listas y fueron nombrando hasta 70 presos:

«Atados de dos en dos, la fila se iba alargando; una vez terminada la operación preliminar, se descorrieron los cerrojos carcelarios, y entre las sombras de la noche, en procesión dantesca que rezaba el rosario y cantaba himnos religiosos, fueron llevados los detenidos por el paseo del Tránsito y San Juan de los Reyes hasta la puerta del Cambrón. Aquí se dividió el grupo. Unos quedaban en la parte exterior de la puerta, los otros son apostados en la Fuente del Salobre. Frente a los grupos hay unas ametralladoras preparadas y varios automóviles, con cuya luz se ilumina macabramente aquella escena. No cabe duda a las víctimas del fin que se les acerca. Se redoblan los sentimientos religiosos y patrióticos; unos a otros los sacerdotes dan y reciben la absolución, la última de su vida.

El jefe de los grupos ha dispuesto ya al que ha de ametrallar que se coloque en su sitio, y entonces D. José Polo Benito, que va junto a Luis Moscardó, después de alentar a éste para el trance difícil, hace oír su voz a los verdugos: Dios es testigo del crimen colectivo que van a consumar, Dios les pedirá cuentas, él en nombre de todos les perdona.

Se da la voz de fuego y la ametralladora va segando vidas, que se desploman sobre arroyos de sangre. Setenta almas selectas penetran en el cielo en procesión triunfante; abajo, en la tierra, los cuerpos se confunden con la última contorsión de la muerte»[21].

Perecieron allí numerosas personas civiles, entre ellas el citado Luis Moscardó, hijo del jefe de los defensor del Alcázar y amenazado de muerte si su padre no hacía entrega de la fortaleza, once hermanos maristas y once sacerdotes, entre ellos el deán de la catedral primada, José Polo Benito, beatificado en el grupo de 498 mártires que subieron a los altares el 28 de octubre de 2007.

Polo Benito es todo un símbolo del clero español que sufrió la persecución desencadenada por republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas que en poco más estaban de acuerdo que en el deseo de exterminar a la Iglesia. Nació en Salamanca en 1879. Se formó en el seminario de la ciudad y allí se ordenó en 1904. A partir de 1911 trabajó activamente por la comarca extremeña de Las Hurdes,donde desempeñó una importante labor previa a la célebre visita de Alfonso XIII a la zona. En su propio hogar estableció unas cocinas de caridad, con las que socorría a cientos de familias necesitadas. En 1923 fue nombrado deán de la catedral de Toledo. Hombre al mismo tiempo de letras y de piedad intensa, el martirio no fue sino la coronación de toda una vida. Por su parte, al Coronel Moscardó le habían amenazado con fusilar a su hijo si no entregaba el Alcázar. Su respuesta no pudo ser más elocuente. En España se volvía a luchar con acentos de Cruzada y, como en tiempos de la Reconquista seguía vivo el espíritu de Guzmán el Bueno. Junto a Polo Benito, Luis Moscardó cayó bajo el plomo en la Puerta de Cambrón.
 

Decir que aquellos mártires no tienen nada que ver con la Guerra Civil, ni con los Caídos de un bando ni con la España nacida de la Guerra suena a cobardía o a “lavado de cara”. Por eso es preferible evocar la historia tal y como fue. Porque la verdad es que, al mismo tiempo que Moscardó cumplía el último deseo de su padre: morir encomendando su alma a Dios y a los gritos de «¡Viva Cristo Rey!» y «¡Viva España!»; al tiempo que Polo Benito y sus compañeros subían al cielo, en el Alcázar un puñado de hombres, sostenidos por el mismo ideal, recibían la consigna que tantas veces les repitió Antonio Rivera: «Tirad, pero tirad sin odio».

De total de algo más de trescientos asesinatos cometidos durante el asedio del Alcázar que hemos identificado nominalmente, el grupo más numeroso estaba formado por los sacerdotes y religiosos que representan un 36,2% del total (114), prueba evidente de la dimensión alcanzada por la persecución religiosa en la capital toledana y su provincia, que fue magistralmente documentada por el Canónigo toledano Juan Francisco Rivera en su libro La persecución religiosa en la diócesis de Toledo. El resto de las víctimas pertenece a las más diversas extracciones sociales: profesionales liberales, especialmente los relacionados con la judicatura, industriales, empleados y modestos obreros de diversos oficios.

 

Además, se apoderaron de la mayor parte del tesoro artístico de la Catedral, realizándose este saqueo el 4 de septiembre de 1936 por orden del entonces Presidente del Consejo de Ministros José Giral. La rápida liberación de Toledo impidió la pérdida de otras joyas valiosas, como la célebre Custodia de Enrique de Arfe, que ya estaba desmontada, estando también descolgados, para llevárselos, los cuadros que atesora la Catedral[23].

Podría pensarse que al afrontar la evocación de Toledo, la ciudad martirizada, nos hemos alejado de nuestro objeto de atención en esta tarde: la religiosidad de los sitiados en el Alcázar. Nada más lejos de la realidad porque como afirmó en su momento Fray Justo Pérez de Urbel, España procedió movida por las intenciones más profundamente religiosas y encendida el alma con los más puros fervores cuando salió a enfrentarse contra los martirizadores de cristianos, los asesinos de sacerdotes y los quemadores de iglesias[24].

De esta manera, nuestra inicial pregunta acerca del carácter de Cruzada de la guerra civil de 1936 recibe cumplida respuesta positiva desde las ruinas del Alcázar toledano y a la luz de esta consideración se puede captar el más hondo significado religioso del asedio.

«La preponderancia de los motivos religiosos, que fue la que dio carácter de “Cruzada” a nuestra guerra, se dio asimismo en los motivos de la persecución marxista. Los unos tomaron las armas para defender principalmente la religión, los otros encarcelaron y mataron principalmente para exterminarla. Si no se admite lo primero, con dificultad podrá probarse lo segundo»[25].

*

Queremos terminar evocando los versos de un poeta capaz de expresar esta íntima unión entre los héroes y los mártires. Se trata de Roy Campbell[26], nacido en Sudáfrica aunque cultivado en Oxford, convertido al catolicismo e intrépido defensor de la fe y de los valores del Movimiento Nacional. De gran trascendencia es el suceso ocurrido en la madrugada del 22 de julio, cuando varios carmelitas irrumpieron en su casa para que ocultara un baúl antiguo que contenía manuscritos de San Juan de la Cruz. Como ha puesto de relieve Emilio Domínguez Díaz, el Coronel Moscardó, los Guardias Civiles y algunos ciudadanos de Toledo quedaron reflejados en sus sonetos como los defensores de la España Antigua y de la Cristiandad; los que enarbolaron la bandera de la Guerra Santa contra los milicianos que insistían en el asedio del Alcázar, asesinando al tiempo a centenares de mártires.

Escuchemos como el mejor epílogo y homenaje a los héroes y mártires su poema El Alcázar minado, donde Roy Campbell canta a la fortaleza toledana como la roca sobre la que se había establecido la fe de todos los católicos, esa roca que la fe había inmortalizado a pesar del deterioro físico causado por los invasores:


Esta roca de fe, explotada por el trueno,

¡la eternidad la oirá levantarse

con aquellos que (sobreviviendo al mismísimo infierno)

a los cielos con ellos subirán!

Hasta que susurrado en las entrañas del Infierno

el censurado Milagro sea conocido,

y pasmados Demonios vuelvan a contar

cómo más crueles torturas que las suyas

por la fe viva fueron abatidas;

¡y cómo uno mortales, descarnados, con palidez cadavérica,

gangrenados y pudriéndose hasta los huesos,

con aladas almas de valor cristiano,

más allá del Olimpo y el Valhalla

pueden levantar diez mil toneladas de piedra!




Traducción de Jesús Isaías Gómez, profesor Universidad de Almería

[1] Vicente MARRERO, La guerra española y el trust de cerebros, Madrid: Punta Europa, 1961, p. 11.


[3] Cit.por Ricardo de la CIERVA, Historia actualizada de la Segunda República y la Guerra de España. 1931-1939, Madrid: Fénix, 2003, p. 886.

[4] Texto completo en: Antonio MONTERO MORENO, Historia de la persecución religiosa en España, Madrid, BAC, 1998, pp.608-788.

[5] Alberto RISCO, La epopeya del Alcázar de Toledo, Toledo: Hermandad de Defensores del Alcázar, 1992, p. 73.

[6]Alberto RISCO, ob.cit., p. 74.

[7] El Alcázar (Toledo) (8 de agosto de 1936) p. 1. Colección completa de 63 números editada por la Hermandad de Ntra.Sra. Santa María del Alcázar, s.a., s.l.

[8] Cfr. Alberto RISCO, ob.cit., pp. 25-26.

[9] Andrés MARÍN y MARTÍN, Rezábamos en el Alcázar, cit.por Luis MORENO NIETO, Los caballeros de la fe, Toledo: 1999, p. 20-22.

[10] Isidro GOMÁ, “La madre en las horas trágica de Toledo”, El Alcázar (Toledo) (15 de agosto de 1938), cit.por Luis MORENO NIETO, ob.cit., p. 17.

[11] Cfr. María de PABLOS RAMÍREZ DE ARELLANO, El Angel del Alcázar. Biografía de Antonio Rivera y su ambiente, Madrid: Hermandad Nacional Universitaria-Secretariado Ángel del Alcázar, 1987.

[12] Luis MORENO NIETO, Toledo 1931-1936. Memorias de un periodista, Toledo: 1996, pp. 180-181.

[13] Seguimos en lo sustancial los relatos de Juan Francisco Rivera y Casas de la Vega que han utilizado todas las fuentes previas disponibles: Juan Francisco RIVERA, La persecución religiosa en la Diócesis de Toledo (1936-1939), Toledo: 1995, pp. 221-225; Rafael CASAS DE LA VEGA, El Alcázar, Madrid: G. del Toro, 1976, p. 232-241. También resulta indispensable la declaración del propio Moscardó ante la “Causa General”, en La dominación roja en España, Madrid: s.a., p. 329-332.

[14] Cit.por Juan Francisco RIVERA, ob.cit., p. 222.

[15] La dominación roja…, ob.cit., p. 330-331.

[16] Cit.por Rafael CASAS DE LA VEGA, ob.cit., pp. 240.

[17] El Alcázar (Toledo) (11 de septiembre de 1936), p. 4.

[18] Rafael CASAS DE LA VEGA, ob.cit., pp. 247.

[19] Cfr. Rafael CASAS DE LA VEGA, ob.cit., pp. 146-150.

[20] Cit.por Rafael CASAS DE LA VEGA, ob.cit., pp. 147.

[21] Juan Francisco RIVERA, ob.cit., pp. 214-215.

[22] Cfr. Rafael CASAS DE LA VEGA, ob.cit., p. 150.

[23] Cfr. La dominacion roja…, ob.cit., p. 196.

[24] Fray Justo PÉREZ DE URBEL, “La Guerra como Cruzada Religiosa”, en La Guerra de Liberación, Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 1961, p. 61.

[25] Rafael María de HORNEDO, Reseña de La persecución religiosa en España, Razón y Fe 164 (1961) pp. 335-342.

[26] Cfr. Emilio DOMÍNGUEZ DÍAZ, “Roy Campbell: propaganda en verso desde las trincheras”, Congreso La otra memoria, Universidad San Pablo-CEU, Madrid, noviembre de 2008 (en prensa).




Podcast Defensa del Alcázar





Paralelamente se produjo la destrucción de los templos que habían sido cerrados inmediatamente al culto, saqueados; incendiadas o mutiladas las imágenes, quedando los edificios, después de despojados, incautados por los Comités y destinados a los usos profanos más diversos. El propio historiador norteamericano antes citado nos presenta al Gobernador Civil participando en una mascarada sacrílega, revestido de ornamentos de arzobispo y rodeado de otros hombres también disfrazados de sacerdotes[22].