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viernes, 25 de febrero de 2011

Cantando he de llegar al pie del Eterno Padre


NUESTRO HIMNO DE AMOR Y DE GUERRA

Dionisio Ridruejo da la fecha del 3 de diciembre de 1935 como la del día en que Cara al Sol dejó de ser solamente música. En el Or-Kompon, restaurante ya desaparecido, en los aledaños del Palacio de la Prensa, era una especie de Rastro aristocrático donde acudía la gente atraída por el tipismo del local, en el que se vendían libros raros de brujería, viajes y recetas, grabados antiguos, zuecos, cerámica y mantones de Manila. Los sótanos eran como una especie de cueva vasca, con acuarelas de Guipúzcoa que representaban carros de bueyes, con la lana sobre el testuz, frontones, caseros con boina, maizales y curas con paraguas bajo los cielos plomizos de Loyola. En estos bajos había un piano.

Allí estaban, con José Antonio Primo de Rviera y Juan Tellería Arrizabalaga, Luis Bolarque, Pedro Mourlane Michelena, Rafael Sánchez Mazas, Agustín de Foxá, José María Alfaro (que en el libro “Madrid de Corte a cheka” de Agustín de Foxá, el nombre de Alfaro aparece enmascarado por razones de seguridad, ya que cuando se publicó la novela, en 1938, José María estaba aún en zona roja. El nombre que le da es el de José María Haro), Jacinto Miquelarena, Dionisio Ridruejo, además de Agustín Aznar y Aguilar, que vigilaban la puerta, no de posibles asaltos enemigos, sino para evitar la deserción de los poetas que a veces se largaban de la cueva a la barra que quedaba en el piso de arriba. Trajeron chacolí, sidra y bacalao. Después de la cena, el maestro Tellería se puso al piano tocando pasodobles y tangos.

— Oye, toca ese que hiciste el otro día.

Sonó una música enérgica, alegre y guerrera.

— ¿Te gusta, José Antonio?

— No está mal. A ver, ¿cuántos poetas hay aquí?, podríamos hacer un himno para que lo cantaran los chicos.

José Antonio trazó el plan.

— Tiene que ser un himno sencillo. En la primera parte debe hablarse de la novia, después de decir que no importa la muerte, haciendo una alusión a la guardia eterna de las estrellas, y luego algo sobre la victoria y sobre la paz.

Él traía ya media estrofa pensada porque en la casa de Bolarque, con Jacinto Miquelarena y Alfaro ya habían hecho una parte. La dijo:
Traerán prendidas cinco rosas
las cinco flechas de mi haz.

El músico, despeinado, golpeaba sus teclas. Disperso, arrebatado, Foxá escribía en una mesa entre las migas de pan y el olor reciente de la fruta. Quiso poner un arranque brioso:
De cara al sol, con la camisa nueva
que tú me bordaste ayer.

José Antonio y Sánchez Mazas amputaban sílabas y preposiciones. Y se acercó Dionisio Ridruejo con un papel arrugado; leyó:
Volverán banderas victoriosas
al paso…
Llenó la palabra que le faltaba con el la inarticulado de las canciones que no se recuerdan; añadió:
de la paz.
Todos se abstrajeron en la caza del adjetivo:
El paso fuerte.
Recio.
Alegre.

Hizo José Antonio el ademán de coger en el aire aquella palabra: “Eso, eso, alegre”. Ridruejo apuntó: “Al paso alegre de la paz”. No salía la segunda estrofa. José María Alfaro recitaba la estrofa de la sonrisa de la primavera y aquella tan hermosa cuyo último verso era:
Que en España empieza a amanecer.

Eran las dos y media de la madrugada. Algunos se querían marchar, pero Agustín Aznar vigilaba la puerta:
— De aquí no sale nadie.

Pedro Mourlane Michelena tachaba con una línea de lápiz el segundo verso de la última estrofa, aquel que ya nadie iba a conocer: “y será la vida vida nueva”. Escribió con letra menuda encima unas palabras.

— ¿No os gusta más esto?
Que por cielo, tierra y mar se espera.
Aprobaron unánimes.
— Desde luego, mejor.
— Gana mucho.

Propuso Bolarque, impaciente:
— Aunque esté incompleto el himno, vamos a cantarlo.

José Antonio se frotaba infantilmente las manos; se agruparon alrededor del piano.
— Atención.

Sonaron los primeros compases. Comenzaron a cantar. La música se hacía densa; eran voces juveniles que invocaban a la muerte y a la victoria. En los ojos de José Antonio brillaba una luz de entusiasmo velada por una ligera tristeza. Le parecía escuchar en la cercana calleja las pisadas rítmicas de sus camaradas que marchaban hacia un frente desconocido, y que penetraba por la ventana el aire frío de las batallas y de las banderas.

Y se imaginó a sus mejores pronunciando, moribundos en la tierra en el mar y en el aire, aquellas palabras que hacía unos minutos, sobre el papel, no eran nada y que ya no pertenecían a los poetas.

Al día siguiente, Agustín de Foxá encontró la estrofa de los caídos. Se la llevó al anochecer a José Antonio.
Si caigo aquí tengo otros
compañeros
que montan ya la guardia en los
luceros,
impasible el ademán.

José Antonio añadió tres versos para enlazar con la tercera estrofa.
Si te dicen que caí
me fui
al puesto que tengo allí.

Así quedo, definitivamente, el himno Cara al Sol de Falange Española y de las J.O.N.S.:



Cara al Sol, con la camisa nueva
que tú bordaste en rojo ayer,
me hallará la muerte si me lleva
y no te vuelvo a ver.
Formaré junto a mis compañeros,
que hacen guardia sobre los luceros
impasible el ademán
y están
presentes en nuestro afán.
Si te dicen que caí,
me fui
al puesto que tengo allí.
Volverán banderas victoriosas
al paso alegre de la paz,
y traerán prendidas cinco rosas:
las flechas de mi haz.
Volverá a reír la primavera,
que por cielo, tierra y mar se espera
¡Arriba, escuadras, a vencer!
que en España empieza a amanecer.

Tomado de http://elblogdecabildo.blogspot.com/
















































sábado, 19 de febrero de 2011

AL EXCELENTÍSIMO TENIENTE CORONEL DEL BENEMÉRITO CUERPO DE LA GUARDIA CIVIL SEÑOR DON ANTONIO TEJERO MOLINA



Luis G. Alonso /  www.generalisimofranco.com
¡A tus órdenes, Señor! Se presenta este español que quiere expresarte su más sincero sentimiento de admiración y agradecimiento. Admiración por tu persona y por tu manera de ser. Admiración porque tú hiciste de ese lema de la Guardia Civil que reza El Honor es mi divisa una ley de vida que guiaba tus actos. Admiración porque fuiste leal a Dios, defendiendo la fe cristiana católica, apostólica y romana. Admiración porque fuiste leal a España y al juramento a la Bandera, y cuando la viste amenazada por los nuevos liberales que escandalosamente rompieron el juramento prestado al Régimen del Caudillo, cuando la viste amenazada por los rojos que impunemente y gracias a los anteriores comenzaban su labor demoledora de España y del anterior Régimen que la proporcionó 40 años de paz, bienestar y progreso, cuando la viste amenazada por los separatismos terroristas vasco y catalán, a los que se indultó vergonzosamente en la errónea creencia de que su objetivo solo era eliminar el franquismo sin tocar a España, cuando, en definitiva, la viste amenazada por toda la escoria y por toda la carroña política que nuestro Generalísimo derrotó con su invicta espada en 1939, luchaste con gallardía, valentía y ardor por evitar la destrucción de España a manos de sus enemigos. Admiración porque la lealtad fue para ti un vínculo que trasciende todas las barreras físicas, incluida la muerte, y así, cuando muchos cambiaron de chaqueta ideológica al fallecimiento del Generalísimo, tu seguiste permaneciendo siempre fiel a tus ideas y convicciones y defendiste con todos los medios a tu alcance la Victoria de la Cruzada, defendiste el 1º de Abril de 1939 porque te horrorizaba ver la sangre martirial de nuestros caídos pisoteada por traidores y enemigos. En definitiva, porque tú no conoces el vocablo traición.
Agradecimiento porque tus acciones estaban encaminadas a salvar a nuestra Patria, y eso, como español, me agrada y me honra. Ya sé que el populacho, la masa, respondió a tu valentía y a tu nobleza de una manera absolutamente desagradable, profiriendo gritos como “democracia” y “libertad”. Qué terrible ironía. Precisamente a ti, que con tus acciones defendías la Democracia Orgánica, de naturaleza esencialmente democrática y la consiguiente libertad. Pero se equivocaron, no utilizaron las palabras correctas. Porque lo que el desagradecido gentío llevaba en la mente no era “democracia” y “libertad”, sino “memocracia” y “libertinaje”, que no es lo mismo. Ante esto, mi teniente coronel, sólo me cabe decirte lo que Cristo al Padre cuando estaba en la cruz: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Pero tú si sabías lo que hacías, tenías claro lo que querías evitar y lo que pasaría si no se hacía nada al respecto. Y, efectivamente, se cumplió; la Constitución nos ha traído un cuarto de siglo de “prosperidad democrática” (violaciones, atropellos, asaltos, desmanes, robos, asesinatos, despenalización del aborto, terrorismo y más terrorismo impune, quiebra de la Unidad de España y otra serie de atrocidades que no puedo seguir enumerando por la tristeza que me produce ver a nuestra Patria sumida en tal desastre). Todo ello con el beneplácito y la aprobación de aquel a quien querías servir y cuyo mandato querías preservar de estas calamidades. Pero te dio la espalda, a ti y a todos los que como tú trataban de salvar a España. Dicha situación se ha agravado hasta el punto de que hoy, todos los que amamos a España sufrimos persecución por ello con  el pretexto de ser “extremistas”, “fascistas” y otras lindeces. Pero que se puede esperar de un hombre que juró POR DIOS Y SOBRE LOS SANTOS EVANGELIOS cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardad lealtad a los Principios que informan el Movimiento Nacional, para luego hacerlo saltar todo por los aires con la Constitución, que algunos llaman con razón “Prostitución”. Ante esto también he de remitirme a un clásico, no ya a la Biblia, sino al Cantar del Cid, que tantas veces recordaba José Antonio: Dios, qué buen vasallo, si oviesse buen señore! (¡Oh Dios, que buen vasallo si tuviese buen señor!)
Y esta es la situación, mi teniente coronel. Muy posiblemente, si hubieses combatido en la Cruzada, habrías paseado después de la contienda por las calles de la Unida, Grande y Libre España de Franco con una cruz Laureada de San Fernando al pecho. Pero Dios, al igual que a su Hijo amado y predilecto, te envió a dar testimonio en una época difícil. No obstante, cuando la cordura y la razón regresen a esta nuestra Nación, se sustituirán en los diccionarios las palabras Honor, Lealtad, Hombría, Valentía, Nobleza, Caballerosidad y Patriotismo por uno de sus más clarividentes sinónimos: Antonio Tejero Molina.
No quiero alargarme más, mi teniente coronel. Gracias por tu ejemplo. Hace falta ser muy hombre para seguirlo, pero gracias por tu ejemplo. Y permite que este humilde español se ponga, emocionado, ¡a tus órdenes, Señor!

domingo, 13 de febrero de 2011

Carta a Antonio Tejero Molina



Antonio Tejero Molina: mi padre Aquel 23 de febrero de 1981, muy temprano, salimos de casa... Yo sabía lo que ocurriría....Sin embargo el silencio era la expresión más simbólica del cariño que se puede dar a un padre que en esos momentos atravesaba unos de los momentos mas difíciles de su vida. Había vivido momentos de angustia, de terror. Noches en vela, acompañadas de desconciertos en una España que los españoles desconocían. Noches de zozobra que acompañaban a un hombre al cargo de las tierras vascas y con el encargo de acabar con el terrorismo... Muertes sin compasión de manos de ETA, traiciones de ideales, injusticias, quejas de viudas, órdenes para quemar una bandera que, después, fue legalizada y que causó tantos y tantos muertos... Todo era incomprensible para un joven que creció con el dolor, la inquietud, el temor y el deseo irrefrenable de una España coherente... Ese joven era yo, ahora sacerdote de Jesucristo, pero sin dejar de ser hijo de mi padre, del cual me enorgullezco plenamente.



Aquella mañana del 23 de febrero acompañé a mi padre a la celebración de la Eucaristía en la capilla que hay frente a la Dirección General de la Guardia Civil. Momentos de silencio, de oración profunda, de contemplación sincera de un hombre creyente que sabía cuál era su deber, que conocía las órdenes recibidas y que no quería por nada del mundo manchar sus manos de sangre (como así fue). Un hombre de uniforme, de rodillas ante el Sagrario y el altar del sacrificio: mi padre. Suponía para mí un ejemplo de gallardía que nadie me hará olvidar, el testimonio fiel de un creyente coherente con el juramento que había hecho años atrás... No había palabras, sólo silencio, recogimiento y oración sincera. Al salir de la capilla, con una mirada penetrante -y me atrevería a decir que trascendente-, contempló la Bandera Nacional y, con voz serena, tranquila y gallarda, me dijo: «Hijo, por Dios y por Ella hago lo que tengo que hacer...». Y, con un beso en la mejilla, se despidió de mí. Un beso tierno de padre, pero que también sonaba a despedida: la despedida de un hombre que teme que no volverá a la vida... y eso pensé yo también. Y, con el gozo de amar a mi padre con locura, volví a mi casa para acompañar a aquella que simbolizaba -en aquel momento y siempre- los valores de la mujer fuerte de la Biblia: mi madre. Esa gran mujer que ha sabido hacer, de su existencia, una entrega victimal y heroica a Dios, a España y a su familia -valores en los que fue educada a lo largo de todo su vida y que sigue mostrando, en el otoño se su existir, con una entrega amorosa a todos nosotros-. Pasamos la mañana con serenidad... El silencio era la elocuencia de nuestro pesar, mientras que el tiempo se convertía, segundo tras segundo, en el traicionero «reloj» que nos hacía pensar en aquel momento. No sabíamos más ni menos. Realmente, nos dolía España, mi padre y el momento en sí; aunque nos tranquilizaba la certeza, según nos habían dicho, de que el Rey apoyaba y ordenaba tales hechos.



Era un acto de servicio más, en un momento crítico, por el cual atravesaba nuestra Patria. Y pasó lo que toda España conoce y lo que los medios transmiten (aunque no con toda la veracidad que debieran). No voy a entrar en polémica... ni quiero, ni debo. Pero sí deseo aclarar algunos puntos que conozco, que siento míos y que viví con intensidad aquella noche. Y deseo hacerlo desde el sosiego, desde la paz que, cada día, me regala Cristo y desde la serena sabiduría de los años que te hacen asentar pasiones y discernir la verdad como realidad de la vida. No voy a revelar nada del 23F, el silencio de mi padre me obliga a callar. Sin embargo, no puedo dejar en el olvido las grandezas de un gran hombre.



Es por ello que, ante las distintas informaciones y publicaciones de estos días en distintos medios de comunicación, quiero y deseo expresar lo siguiente: mi padre es un hombre de honor, fiel a sus principios religiosos y patrióticos; es coherente y sincero. Es un militar de los pies a la cabeza, consciente de sus responsabilidades, entregado a sus hombres. Es un hombre cumplidor, trabajador hasta el extremo, leal ante el significado de la palabra juramento y fiel al mismo. Es un hombre sereno, sencillo, disciplinado y amante de la verdad. No es violento, ni agresivo. Es templado, sensato, sereno, inteligente y capaz de discernir con coherencia una realidad aparentemente absurda e incoherente como parece que fue el 23F. Es un marido ejemplar. Un padre extraordinario. Un hombre excepcional. Un amigo fiel. Un español honorable y un cristiano sincero y veraz. Mi padre es mi padre. Me duele la falta de información y coherencia. Me duele ver cómo todos aprovechan el «silencio» de un hombre para intentar destruirle... quizá por miedo a su palabra... Me duelen tantos programas y tan poca veracidad...Quiero a mi padre con locura.



Es por ello que ruego y aliento a todos aquellos que creen en la libertad de expresión, para que sean tan audaces y coherentes como para publicar estas pobres palabras que tan sólo manifiestan los sentimientos de un hijo por su padre.Un hijo que se siente orgulloso de su padre y de que éste se llame: Antonio Tejero Molina.

martes, 8 de febrero de 2011

La última Cruzada


El 18 de Julio de 1936 sigue siendo una fecha clave y, a la vez, desencadenante. La hoja del calendario que señalaba el día, el mes y el año, fue desprendida, pero el acontecimiento que enmarcaba continúa vivo, porque fue trascendente, saltando la frontera temporal de unas horas fugitivas.

Se iniciaba un Alzamiento militar en España. Tenía un respaldo civil importante. Respondía a una exigencia biológica nacional. Contaba con una doctrina y un programa político entrañado en la Historia y con proyección de futuro.

No fue un pronunciamiento castrense al estilo decimonónico, ni una lucha entre facciones que aspiraban a la conquista del poder. No fue una guerra civil químicamente pura. Fue el planteamiento beligerante y castrense de un combate ideológico en el que se debatía lo sustancial, en el que se había hecho necesario y urgente, como había dicho José Antonio, dar la existencia para salvar la esencia.

Por eso la contienda española quedó “ab initio” desbordada. Desbordada, porque adquirió dimensiones universales; y no sólo por la presencia en uno y otro frente de voluntarios no españoles, sino porque en cada nación del planeta el enfrentamiento se produjo a nivel de la simpatía y hasta de la ayuda a uno u otro bando contendiente. Desbordada, porque los valores en juego, los que habían informado la Cristiandad, como manifestación política del Cristianismo, elevaron la lucha a la categoría de Cruzada, como la Iglesia la calificó reiteradamente.

Fe y Patria, Altar y Hogar, fueron, en síntesis, las ideas que movilizaron a una de las mejores generaciones españolas de todos los tiempos a empuñar las armas o a morir, sin una queja, victimada en parte por los enemigos, en las tapias de los cementerios, en las bodegas de los buques de carga, en las escolleras de los puertos, en lo profundo de las minas, al borde de los caminos.

Esos ideales hicieron posible mantener nuestras constantes históricas, como la resistencia de Numancia y Sagunto, renovadas en el Santuario de la Virgen de la Cabeza y en el Alcázar de Toledo, o la del patriotismo sacrificado que ahoga la voz y el instinto de la sangre, como el de Guzmán el Bueno, actualizado por el coronel Moscardó.

Con esa armadura espiritual se explican los héroes y los mártires, y los procesos de beatificación y canonización de las Carmelitas de Guadalajara y los Pasionistas de Daimiel, entre tantos otros. Y a ellos siguen y seguirán los miles que aguardan aún la pública y solemne proclamación oficial de sus virtudes ejemplares.

El Estado que comenzó a construirse a partir del Alzamiento, que fue gestándose en la tensión guerrera de la Cruzada y que se perfeccionó a raíz de la victoria del 1º de Abril de 1939, quiso inspirar su ordenamiento jurídico en el Evangelio, y transformar el talante del español de tal manera, que olvidara aquella frase decadente y pesimista de Cánovas del Castillo, “español es el que no puede ser otra cosa”, y asimilar hasta el tuétano la de José Antonio: “ser español es una de las pocas cosas serias que se pueden ser en el mundo”. Una y otra frase simbolizan a la generación resignada y plañidera del '98 —por muchos que fuesen sus méritos literarios— y a la generación optimista y emprendedora de 1936.

España surgió de la miseria material y moral. El país fue reconstruido y “cambió de piel”. La revolución industrial se hizo con éxito, no obstante su retraso y el cerco exterior, injusto e impuesto por el triunfo aliado y su debilidad ante la presión comunista. Los españoles se reconciliaron y un largo período de paz interior, poco corriente en nuestra Historia, sorprendía a un mundo que miraba con asombro —amor, envidia, odio— la fuerza operativa de una España que se había reencontrado a sí misma.

No quiero comparar esa España con la España de hoy. El análisis de un cambio profundo a peor, como el que ahora se está produciendo, y que incide por su gravedad en la subsistencia de España como ser colectivo, el estudio de las causas que han conducido a este cambio y la contemplación de los grupos y fuerzas —no sólo políticas— que lo han respaldado y lo respaldan, exigiría un trabajo más extenso que no pasa, sin embargo, a la tierra del olvido.

La Cruzada española, la última Cruzada, está ahí —pese a la manipulación intencionada— como un punto de reflexión intelectual, pero también como una bandera alzada o una convocatoria viril para los hombres que no quieren convertirse en marionetas o las patrias que se niegan a convertirse en colonias.



Blas Piñar

lunes, 7 de febrero de 2011

Sobre el yugo y las flechas


El "fascio" es nudo y ensamblaje, es piña, racimo y haz. Su mayor vínculo es la fuerza y su expresión gráfica las flechas yuntadas en gavilla imperial. La palabra haz -fascio-, como se analizaba en la editorial del número uno de "El fascio" aparecido el 16 de marzo de 1933, es un vocablo popular, campesino e histórico que abarcaba, desde el pan nuestro de cada día, hasta el "haz" simbólico de flechas con el que los Reyes Católicos hicieron la unidad de España en el Renacimiento.
Las flechas yugadas aparecen acuñadas en aquellos viejos reales de 1497 y descrito su diseño en la Pragmática expedida por los Reyes Católicos en Medica del Campo el 12 de junio de aquel año, para que, en moldes de plata "se pongan, de una parte nuestras armas reales y de otra, la divisa del Yugo de mí, el Rey y la divisa de las Flechas de mi, la Reina..."
El Yugo y las Flechas estan en conventos, castillos y monasterios y lo encontramos por doquier, allí en San Gregorio de Valladolid como ornamentación y poderío; en el Castillo de las Mota como blasón, tambien en las riberas del Tajo, junto al puente de San Martin, en la capital de San Juan de Toledo, su perfil aparece en claustros y portadas de miles de piedras que han sido testigos mudos de una historia viva y candente. Las Flechas oscilaban de cinco a ocho y son el signo gráfico de los reinos integrantes de la nacionalidad española: León, Castilla, Aragón, Navarra, Granada fundidos por el vínculo yugado de la coesión y la unidad.
Fue Nebrija el inductor del yugo de buey y la rosa de flechas y su unión saltó los mares como rasgo diferenciador español, completando los leones y castillos, las cadenas, barras y granada de los reinos épicos del Estado Español, como borla mitológica e interpretativa que "si el yugo sin las flechas resulta pesado, las flechas sin el yugo corren peligro de volverse demasiado voladoras", unidos ambos para ajustar todas las piezas del gran arcano, con evidente relieve de equilibrio y armonía.
El emblema del Yugo y las Flechas, soñado por Antonio Nebrija "los miembros y pedazos de España, que estaban por muchas partes derramados, se redujeron y ayuntaron en un cuerpo y unidad de reino. La forma y travazón, del cual casi está ordenada que muchos siglos vivirá y tiempos, no lo podrá romper ni desatar"adoptado por los Reyes Católicos, ofrecido en el 1516 al Emperador Carlos V "vuestra alteza debe venir a tomar en la mano aquel yugo que el católico rey vuestro abuelo os dejó, con el cual tantos bravos y soberbios se domaron y en la otra las flechas de aquella reina sin par, vuestra abuela, Doña Isabel, con que puso a los moros tan lejos" se encontraba acumulado la solera del tiempo y la legitimidad, hasta que en el primer tercio de siglo es desempolvado y redescubierto por dos intelectuales bien dispares, el marxista Fernando de los Ríos en una clase de Derecho Político dictada en la Universidad de Granada, que, en una explicación sobre el Estado Fascista, sus litorios, hachas y vergas, hizo un apunte en el encerado con un ramillete de flechas entroncadas con un yugo, apostillando que ese sería el símbolo del fascismo de haber nacido o surgido en España. Y por Rafael Sanchez Mazas en una conferencia pronunciada en el Ateneo de Santander el 24 de enero de 1927, en la que con erudición y prosa poética argumentó la idea del signo como emblema nacional.
En la política fueron las JONS las que lo adoptaron a insinuación de Juan Aparicio, alumno asistente a la clase de Derecho Político en Granada a la que antes nos referíamos y la figura del yugo y las flechas fueron rescatadas para la historia presente y contemporánea.
Quien diseñó la yuxtaposición con el que fue adoptado el símbolo de la JONS fue el burgalés Escribano Ortega, firmante del manifiesto de los "gallos de marzo" en el que convergían su cualidad de dibujante con su personalidad tradicionalista. En una cuartilla rayó la verticalidad oblícua de las flechas y la horizontalidad maciza del yugo y se dispuso a unirlos por su convergencia y así nació -renació- el emblema al que Ramiro conformó como representativo de las nacientes JONS y que más tarde perduraría y sería adoptado por Falange en el momento mismo de la fusión el 13 de febrero de 1934 rubricada por Ramiro y José Antonio en un ático de la Gran Vía madrileña. Más tarde, Primo de Rivera, el 19 de octubre del mismo año, en una comunicación entre otras cosas decía: "Oído el parecer del Consejo Nacional, esta Jefatura ha acordado lo siguiente: sobre el bolsillo izquierdo, en la misma camisa o en un trozo intercambiable de tela del mismo color, ira bordado el emblema de las cinco flechas y el yugo".
Y lo que nació como haz y ramillete de unidad en un Renacimiento fue el "detente" del nuevo amanecer, de las ideas jóvenes en un tiempo nuevo y vino como haz -fascio- a renovar el mensaje y el lenguaje de los símbolos como magnificencia y profundidad.
José Luis Jerez-Riesco